El sexo no
tiene edad pero sí depende de ella. Es un aspecto esencial de nuestra vida y
evoluciona con el paso de los años. El mayor error es querer reproducir al
infinito patrones que responden a épocas determinadas. Una buena sexualidad es la que sabe
adaptarse a todas las etapas de la existencia
El sexo nos
acompaña desde que nacemos hasta que morimos. Es nuestro compañero de viaje. Si
volviéramos a hacer el amor con una persona décadas después de la última vez,
comprobaríamos que muchas cosas habrían cambiado: no sólo el cuerpo, sino la
conducta, la respuesta biológica y la gestión de las emociones. En la vida (y
en la cama) se empieza corriendo rápidas tandas de 100 metros, luego se acaban
disputando largas distancias a ritmos más pausados y se termina dando un suave
paseo.
Según Miguel Ángel Cueto, psicólogo clínico y
secretario de la FESS (Federación Española de Sociedades de Sexología), “con un estado
de salud razonable, el disfrute y la ejecución sexual puede mantenerse hasta la
muerte, aunque disminuyen ligeramente con la edad. En estudios recientes la
mayor parte de los entrevistados opina que la sexualidad continúa toda la vida
y consideran que es beneficiosa para su salud. De hecho, el desarrollo sexual
forma parte del proceso vital de la persona y de su modo de actuar”.
Lo que ocurre
es que los deseos sexuales cambian y se modifican con los años. “A lo largo del
desarrollo evolutivo la sexualidad viene determinada por tres variables: la biológica (es decir cómo cambia
nuestro cuerpo), la consideración social
(cómo los condicionantes culturales creen que se debe vivir la sexualidad) y la psicología (la visión que yo
tengo, la elaboración cognitiva sobre el sexo)”, explica María Pérez, vicepresidenta de la
Asociación Mundial para la Salud Sexual y directora del Institut Espill. Vamos
a hacer un recorrido para sacar el máximo partido de cada una de las etapas.
Porque cada
instante merece ser vivido, de acorde con las necesidades de cada momento.
Edad
de la infancia
Con error se
suele considerar este período como asexuado. Al contrario, la sexualidad tiene
una gran importancia en esta fase y las etapas posteriores de la vida se
nutrirán de ella. Andrés López de la
Llave, director del máster en Sexología de la UNED, recuerda que, de
entrada, “la
sexualidad no es la actividad sexual genital, sino una comunión finalizada al
placer. Es algo más que la relación sexual propiamente dicha. En los más
pequeños, la sexualidad tiene que ver con la socialización y la comunicación”. Así, incluso los
bebés, a su manera, experimentan placer en chupar la leche, en un cambio de
pañal o en sus deposiciones fisiológicas. Los pequeños desde edades tempranas
quieren investigar las diferencias físicas entre los sexos. Les gusta mirar
(voyeurismo) y mostrarse (exhibicionismo). Comienzan los primeros inocentes
juegos sexuales (el médico y la enfermera). Es común en este período que los
niños lleven a cabo actividades autoexploratorias y autoestimulatorias pero,
más que de autoerotismo, se trata más bien de curiosidad. “El
sentirse niño o niña fortalece la identidad de género y para ellos es
importante. Es sexualidad aunque no sea conducta erótica”,
subraya María Pérez.
A partir de
los siete años y hasta la pubertad los especialistas hablan de un período de
latencia o de desinterés sexual. Es cuando aparecen las primeras prohibiciones
concernientes a lo corporal, así que las conductas se hacen menos espontáneas y
parecen más desapercibidas. “En la infancia los deseos no están claros y menos aún la
posible orientación de éstos, y los significados son diferentes. La clave está
en no ver con ojos de adultos lo que hacen los niños o niñas”,
sostiene Miguel Ángel Cueto.
Edad
de la adolescencia
Las hormonas,
tanto en chicas como en chicos, causan los llamados cambios sexuales
secundarios. Desde el punto de vista psicológico surge un interés por el
atractivo físico del otro. También brota la curiosidad por cuidar y resaltar el
propio atractivo. Se afianza la tendencia a la relación y al vínculo con
determinadas personas, el pertenecer a un grupo. Se busca expresar el mundo emocional a
través de los sentidos.
La libido se
dispara aunque a velocidades distintas. José
Bustamante, secretario de la Asociación de Especialistas en Sexología de España,
cuenta una anécdota significativa. “Cuando se va a dar charlas en los colegios a hablar de
estos temas los chavales empiezan con risas flojas, mientras que las niñas
hacen preguntas. Ellas en esta etapa combinan varios intereses, pero les
interesan sobre todo las relaciones. Ellos, en cambio, son más proclives al
juego y la diversión”. Cada adolescente va a su ritmo. “Se podría decir
que en un mismo grupo conviven chicos y chicas de aspecto completamente aniñado
con aquellos adolescentes con características sexuales secundarias plenamente
evidentes”, dice Miguel Ángel
Cueto. “Hay
jóvenes que esto del sexo se lo toman con calma, se detienen en las etapas
previas al coito, pero hay otros que se saltan los descubrimientos y van
directamente al grano. Para muchos de estos chicos, tener relaciones sexuales
equivale a quitarse la presión y se lo toman como su fuera un premio. En cuanto
a las chicas, en los últimos años la situación ha cambiado un poco. A los 15-16 años ellas ya hablan más de
sexo, son más conscientes de la sexualidad”, explica José
Bustamante.
¿Cuáles son los retos de esta etapa? María Pérez
los resume así: “Hay
una contradicción, porque la biología les pide a estos jóvenes experimentar,
mientras que a veces la sociedad les niega esta posibilidad. Entonces se
produce una falta de concordancia entre lo propio de la edad y lo que les piden
los adultos”. Este conflicto se lleva a muchos terrenos. Muchos
adolescentes presumen de su actividad sexual, pero sin ser conscientes
realmente de su significado. “El problema es que a esta edad los jóvenes no saben
valorar las consecuencias de sus actos. No sólo me refiero a embarazos no
deseados o enfermedades de transmisión sexual, sino al impacto emocional de sus encuentros y a saber gestionarlos a nivel emotivo”,
subraya la directora del Institut Espill.
Edad
juventud
Dejada atrás
la adolescencia, se cristaliza la identidad sexual. Aumenta la autoestima y la
necesidad de contacto físico. “A los 20 años, el deseo es alto, las erecciones son casi
espontáneas y a menudo involuntarias. Pero todavía los chicos arrastran una
cierta visión de la sexualidad basada en la cantidad”, advierte José Bustamante. Se dice que los
varones alcanzan a esta edad el pico de su plenitud, en cuanto a potencia,
deseo, respuesta. “Yo no sería tan categórico. Lo que ocurre es que a esta edad los
jóvenes suelen estar sanos. Y en el sexo pasa un poco como el deporte. Si estás
entrenado, estarás en forma. No hay que olvidar que el sexo, desde el punto de
vista fisiológico, depende de la optimización de la circulación sanguínea”,
matiza el profesor Andrés López de la
Llave.
“En esta etapa, la prioridad es conseguir pareja. Pero ellas, a
diferencia de ellos, se centran más en la consolidación de las relaciones. Lo
que es curioso–añade Bustamante– es que están apareciendo incluso en esta
franja de edad problemas de deseo masculino. Porque, a diferencia del pasado, el potencial sexual femenino se expresa
ahora con más libertad y algunos varones van un poco desorientados”.En
efecto, hace unos cuantos años permanecía una gran disyuntiva en la etapa de la
juventud entre varones y mujeres: ellos estaban en la máxima plenitud, mientras
que ellas todavía estaban un poco acomplejadas, algunas de ellas no habían
experimentado ni orgasmos. “Hoy en día esto
ocurre cada vez menos por que las mujeres se reafirman en su sexualidad”,
coincide María Pérez.
La llegada del
primer hijo suele romper los patrones. A los 30 años –recuerda Pérez–, se
hipertrofia el papel de amante a costa del de padre y se deja un poco de lado
el sexo. Esto tiene que ser una llamada de atención para la pareja, ya que
puede tener consecuencias negativas en la relación.
Edad
adulta
Cuando
terminan las pasiones juveniles, en la edad mediana se tiene más claro lo que
uno quiere y la sexualidad se vive con más profundidad que a edades tempranas.
Las capacidades adquiridas y las libertades potencian más el apetito sexual. En
lo que se refiere a los hombres, las erecciones tardan algo más en llegar
(entre diez y quince segundos), el ascenso testicular es más lento, la
masturbación disminuye y, paralelamente, aumenta el consumo de pornografía. La
potencia sexual es más mesurada gracias a la estabilización del carácter,
aunque a partir de los 45 el hombre puede fallar en la cama.
En este sentido,
es bueno saber que el tan temido gatillazo puede ocurrir tanto a los 20 como a
los 50. El
problema es que en la cuarentena se sobrevalora su importancia.
Ellos se encuentran en una fase de transición: a esta edad, los hombres son
demasiado jóvenes para usar Viagra pero demasiado viejos para tener una
respuesta eréctil instantánea. “El peor enemigo del hombre es la ansiedad, el miedo a
fallar. Y si se tienen problemas cardiovasculares, esto va a dificultar las
cosas. Pero uno si está en buena forma, no tiene porqué pasar nada. En cambio,
el problema de la mujer siempre ha sido la vergüenza: ‘el qué pensarán, como me
juzgarán’. No obstante, este aspecto
pasa a adquirir menor importancia en la edad adulta”, señala
Bustamante.
Se dice que
las mujeres alcanzan en esta etapa el mayor pico de deseo y de disfrute de la
sexualidad, mientras que los hombres, desde el punto de vista biológico, ya no
son el que eran. “A
partir de una cierta edad, hay que mentalizarse de que sólo la estimulación
visual ya no es suficiente para la excitación masculina. Los hombres necesitan
estímulos táctiles. En cambio, las mujeres a los 40 años finalmente han
aprendido a disfrutar. Se quitan la
culpa y recuperan la curiosidad. Esto descoloca un poco al varón, porque en
algunos casos le hace aumentar el peso de la responsabilidad”,
explica José Díaz Morfa, presidente
Asociación Española de Sexología Clínica (AESC).
A nivel
emocional, el mayor desafío para hombres y mujeres consiste en vencer el tedio
de la convivencia. De hecho, las estadísticas dicen que entre los 45 y los 55
años se dan más casos de infidelidad. Muchos a esta edad optan por
experimentar, arriesgarse y llevar las fantasías sexuales al límite. “Hay que
procurar tener una visión realista. La búsqueda de aventuras continuas o de
tener una cita cada semana es igual de
aburrido que estar siempre con la misma persona. La rutina es la misma. Tienes que ser coherente con tus
necesidades, teniendo presente que a partir de los 25 años empieza el declive
físico”, alerta María Pérez.
Edad
madurez
El varón
produce espermatozoides constantemente. No hay un momento concreto de su vida
para la aparición de la llamada andropausia, sino que, a lo largo del tiempo,
se produce un progresivo descenso del nivel de andrógenos y hormonas masculinas,
las que son responsables de la fuerza, de la masa muscular y de la capacidad
sexual. Es una pérdida progresiva, sin que se llegue a un final concreto. A
partir de los 50 años, hay una menor necesidad física de eyacular, hay menos
testosterona, una cierta disminución de las contracciones orgásmicas, menor
volumen y proyección en las eyaculaciones, las erecciones son menos firmes. No
sólo se precisa más tiempo para lograr la excitación, sino que esta dura menos
porque, de alguna manera, las válvulas de cierre del flujo sanguíneo ya no
funcionan como antes.
En lo que se
refiere a la mujer, la llegada de la menopausia no se relaciona necesariamente
con una disminución del deseo. Lo que sí suele producir es una cierta sequedad
vaginal. En este sentido, los lubricantes pueden resultar útiles y hasta ser un
recurso para potenciar juegos eróticos. “No queda claro el impacto del climaterio en el deseo.
Hay algunas mujeres que lo viven como una liberación. Porque finalmente se pueden centrar en ellas mismas”,
dice María Pérez. En ambos casos, tanto para hombres como para mujeres, no se
recomiendan, salvo casos específicos, tratamientos hormonales sustitutivos
debido a los efectos secundarios que suponen.
Los grandes
enemigos del sexo en la madurez son las consecuencias de los malos hábitos de
los años anteriores: diabetes, hipertensión arterial, colesterol, vida
sedentaria, obesidad y tabaquismo pueden pasar factura y causar un descenso de
la libido, cansancio, debilidad general, falta de apetito sexual. Ahora bien, aunque
caiga el rendimiento, la satisfacción psicológica u emocional no tiene porqué
verse mermada. Porque
el sexo no son solo hormonas y genética, sino afecto, matices psicológicas y
complicidad. Hay muchas partes del cuerpo capaces de hacernos
disfrutar a medida que pasan los años.
A esa edad, no
todo son malas noticias: ya queda atrás la eyaculación precoz y la mujer
requiere ahora una estimulación más prolongada y puede experimentar una mayor
satisfacción. Asimismo, al desvincular el sexo de la procreación las parejas
pueden vivir las relaciones con la máxima libertad. Algunos hablan, en esta
etapa, de una segunda luna de miel, en particular cuando los niños dejan el
hogar. “Los
factores ambientales también condicionan: el interés por la sexualidad depende
del espacio que tenga respecto al resto, si le dedicas menos tiempo, a base de
repetición, cualquier situación se vuelve menos estimulante. El valor de la
capacidad excitativa disminuye con el tiempo y la satisfacción también. Por lo
tanto, acabamos teniendo menos ganas”, alerta Ángel López de la Llave. Para contrarrestar el problema, es
esencial tener una actitud positiva y propositiva.
“En la madurez, no se puede vivir el sexo como una obligación.
Una cosa es cuidar el universo erótico, pero hay que hacerlo según las
necesidades, no para ponerse a prueba, o para que sea un encuentro forzado sin
deseo”,
apunta María Pérez. Andrés López de la Llave cree que, “a partir de una
edad tienes que aceptar que no puedes ser el de antes. Es como con la dieta: no
puedes comer lo mismo que en años anteriores. El secreto es sacar máximo
partido de la condición biológica en la que nos encontramos, generar alicientes
que sean propios del momento, respetando a uno mismo y a los demás. Porque si
no se propicia emoción no tenemos alimento. El principio es que, en lo que se
refiere al sexo, cuanto más, mejor. Más se practica, más será uno fuerte y ágil
y tendrá mejor salud. Es lo mismo que en el resto de disciplinas: cuanto más
nos entrenamos en una actividad, mejor preparados estaremos para el futuro”,
explica López de la Llave.
Edad
de la vejez
Es el último
tabú. “Hasta
se refleja en el vocabulario: el viejo verde tachado de libidinoso. O la viuda
alegre como una mujer excesivamente frívola. Como si el sexo en la tercera edad fuera siempre algo negativo”,
recuerda José Bustamante. “La sociedad
tiende a centrar la sexualidad en épocas productivas de la vida, porque asocia el sexo con el poder.
Pero es un error. No se hace otra cosa que generar frustración”, se
queja María Pérez.
Miguel
Ángel Cueto
asegura que “la
sexualidad en los mayores sigue desempeñando un papel importante en la vida.
Más del 85% de las personas mayores de 60 años disfrutan de actividad sexual
satisfactoria. Para que se mantenga, depende sólo de un factor: la salud
física. No se elimina la respuesta
sexual pero sí que hay una modificación anatómica, funcional y psicológica”.
Según este experto los principales cambios en el envejecimiento vienen dados,
en el hombre, por un menor ángulo peneano-abdominal en la erección, mayor
tiempo de estimulación para conseguir una erección (a partir de los 75 años se
puede tardar hasta cinco minutos), menor volumen de eyaculado y alargamiento
del periodo refractario (entre un coito y otro).
En la mujer,
la vagina es menos elástica, se produce un descenso mamario y hay menor
lubricación vaginal. Dicho esto, sí que puede haber sexo. “Viven
mal su sexualidad en la vejez las personas que se han quedado limitadas a un
modelo juvenil”, amonesta Cueto. Aquí es cuando más de un varón
habrá pensado recurrir al Viagra para recuperar el antiguo esplendor. “La gente piensa
que el Viagra es un afrodisíaco, pero sin deseo no funciona”,
recuerda José Díaz Morfa. Una vez
más, hay que vivir la sexualidad acorde con las circunstancias vitales y, a
ser, posible, crear contextos favorables.
Según María Pérez, para
facilitar los encuentros, los ancianos, incluso cuando precisan asistencia,
siempre deberían disponer de habitaciones donde estar solos. Para darse un
beso, tener un contacto físico o emocional, o simplemente vivir su intimidad. “Y si están
solos sin pareja, cosa que puede ocurrir con frecuencia, la masturbación puede
ser una vía para alcanzar y gestionar el placer. No se debería negar esto a ningún ser humano, por motivaciones morales
o religiosas”. José Díaz
Morfa concluye con una reflexión final. “La sexualidad sirve para expresar una gran cantidad de
cosas, incluso para canalizar conflictos, emociones. Y hay que procurar vivirla
de la forma más espontánea posible. Antes, en las décadas pasadas, había mucho
puritanismo, Ahora hay mucha
genitalidad, pero esto no significa que, por ello, tengamos más libertad”.
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