Algunos
no lo consiguen: nunca llegan a tiempo. Pero no es una batalla perdida. Con
disciplina y rigor, se puede mejorar. Aunque las exigencias de puntualidad
varían según los países.
¿Es
de los que siempre llega tarde o se hace esperar? O de los que acuden a la cita
a la hora en punto o incluso antes de tiempo? Según una encuesta del portal Carrerbuilder, un 15% de los trabajadores en
España se presenta con retardo en el puesto de trabajo por lo menos una vez a
la semana. Las justificaciones: tráfico, despertarse tarde, asuntos con los
hijos o el haberse olvidado algo en casa. Y cuando los argumentos fallan,
entonces el 24% confiesa inventar una excusa en lugar de decir la verdad.
España no es un país que se caracterice por respetar mucho los horarios. Decía Evelyn Waugh que “la
puntualidad era la virtud de los aburridos”. En ese sentido, el
nuestro es un país de lo más divertido. Y que está en buena compañía: América
Latina, África o ciertos países de Asia tampoco destacan por su puntualidad.
En 1997,
el entonces presidente de Filipinas Fidel
Ramos concibió un evento que, según sus intenciones, iba a marcar un antes
y un después en las laxas costumbres locales: la semana de la puntualidad. Se
organizó un acto presentación en pompa magna. Pero el máximo mandatario llegó
una hora tarde. Al parecer, se quedó ver un torneo de golf en la tele, porque
es un fan declarado de Tiger Woods. Ollanta
Humala, actual presidente de Perú, tampoco supo ofrecer una excusa mejor:
llegó 20 minutos tarde en el debate televisivo clave de la campaña presidencial
porque, según admitió, se paró a comer un sándwich. Mucho dependerá de la
cultura de cada país pero Andrés
Rascovsky, presidente dela Asociación Psicoanalítica Argentina, constata
que la puntualidad en América Latina, tanto en negocios como eventos personales
“es una
excepción. Un mexicano, un brasileño o un colombiano no se sorprenderían si él
o su invitado llega con una hora o más de retraso. En cambio, un norteamericano
o un inglés se ofenderían”. En México la impuntualidad se ha
convertido en una lacra social. El psicólogo Mariano Lechuga ha fundado el Instituto
de la Puntualidad para tratar de erradicar el fenómeno. “El primer día todos los participantes se presentan con
retraso, pero afortunadamente el último día todos llegan a tiempo”,
dijo.
El psicólogo estadounidense Lawrence T. White hizo un estudio (What
is the meaning of ‘on time’? The sociocultural nature of punctuality) con
estudiantes Estonia, EE.UU. y Marruecos sobre el significado de llegar a la
hora en cada una de las sociedades para ver si hay un patrón común. Sin llegar
a conclusiones definitivas, White se limita a constatar lo siguiente: acudir
antes a una cita se considera una falta menor que llegar tarde; tener retraso
en un compromiso social es menos grave que llegar tarde a una reunión de
trabajo y hacer esperar una persona de estatus inferior es más tolerado que
hacer esperar una persona de estatus superior.
¿Y España?
No parece
que las empresas destaquen por su precisión. “La puntualidad es una forma de rigor
personal. Normalmente, en una compañía, son los directivos los que imponen el
hábito. Si ellos son puntuales, el resto lo acabará siendo. Al contrario, si la
cabeza de la organización es laxa con los horarios, esto se trasmitirá al resto
de los niveles”, indica Carlos
Sánchez, director de e-Motiva, consultora de recursos humanos. “Yo percibo que
en España es más frecuente la impuntualidad que la puntualidad. Forma parte de
la costumbre y, pese a las quejas, se considera como algo normal”,
reconoce. ¿Normal? Thor Muller,
consultor empresarial va más allá. En un artículo en Psychology Today sostiene que la impuntualidad se ha convertido en
un mal menor gracias a la tecnología. “En el mundo empresarial nos estamos tomando cada vez
mayores libertades. Porque ahora con el móvil podemos hacerlo. Gracias al
celular, siempre podemos estar en contacto casi telepático con la otra persona
y ponerle al día sobre las contingencias de la vida”. Para Muller, “el hecho de poder comunicar casi de forma instantánea el
mensaje ‘llego tarde’ hace que ahora seamos un poco más flexibles”.
¿Por qué a los tardones se les va la hora?
Guillermo Mattioli, presidente de
la sección de psicología clínica del Col·legi Oficial de Psicòlegs de Catalunya
sostiene que cuando una persona llega con retraso se produce un desfase: “Es como si hubiera dos tiempos: uno cronológico, que
coincide con el social y un tiempo psicológico, que obedece a una agenda
interna de las personas”. Cuando hablamos de los impuntuales
–explica–, se pueden dibujar dos situaciones: una es la que corresponde a una
clara intención de poder. Implícitamente quien llega con retraso dice: “Mi tiempo vale más que el tuyo. Siempre tendrás que
desearme o esperarme”. En el otro frente, están aquellos que se
sienten el ombligo del mundo, en el sentido que absorben el tiempo de los
demás: son los que nunca se despiden de una reunión y acaban llegando tarde a
la otra cita, porque se entretienen, incluso de buena fe, con los demás. Es una
impuntualidad casi de tipo amoroso.
Lo de la
percepción del tiempo es un elemento esencial para comprender el fenómeno del
retraso. Ya en el año 1959, el antropólogo Edward
T. Hall hizo una distinción entre la concepción monocrónica y policrónica del tiempo.
La primera considera el tiempo como algo lineal, tangible, que se puede dividir
en bloque. Enfatiza la planificación, la agenda. Es, queriendo resumir, el
concepto estadounidense de el tiempo es dinero. En el otro frente, el
tiempo policrónico se caracteriza por llevar a cabo varias actividades a la
misma hora. Es más: el intercambio de estas mismas tareas es deseable y
productivo. Según Raymond Cohen,
profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Jerusalén y
especialista en negociaciones interculturales, la concepción policrónica del
tiempo hace que, en lugar de mirar el reloj, estas personas no tienen problemas
en llegar tarde si están con familia, amigos o colegas, porque la relación es lo que consideran
realmente importante.
Pero no
todos entienden estas sutilezas conceptuales. Carlos Sánchez cuenta que hace años, en un proceso de selección
masiva de personal, constató que los candidatos que llegaban tarde también
presentaban algunas carencias a nivel de precisión en las tareas de
contabilidad: llegar
tarde se asocia con escasas habilidades profesionales. Víctor Tatay, director regional de
Adecco, multinacional suiza presente en 70 países, coincide en que “la puntualidad dice mucho del valor de una persona. Es una muestra
de disciplina. En un entorno como el actual, cada vez más competitivo, es
imprescindible. Con el retraso das la imagen de no saber planificar, de ser un
desorganizado y de ser poco eficiente. Además,
es una falta de respeto. Le estás diciendo a quien te espera que das poca
importancia al evento”. No hay que olvidar que el retraso
reiterado puede conllevar a la pérdida del puesto de trabajo mediante despido
procedente.
¿Se puede corregir el hábito?
“A
este tipo de persona le cuesta mucho entender o reconocer que sufre un
problema, hasta que aparecen síntomas. Entonces, empieza a ser consciente
de que su retraso es más que un simple inconveniente, y que fastidia al otro”, subraya Mattioli. “En ocasiones nuestros talleres se convierten en sesiones
terapéuticas, como si estuviéramos tratando a un alcohólico”,
asegura Lechuga, del Instituto de la Puntualidad. Dianade Lozor, autora del superventas Never be late again (nunca vuelvas a llegar tarde) sostiene que: “El retraso
crónico es una costumbre que cuesta mucho erradicar. Es como decir a alguien
con sobrepeso que deje de atiborrarse. Como muchas costumbres negativas,
incluso las mejores intenciones acaban frustradas”. “Es difícil que
una persona meticulosa llegue tarde. Por las mismas razones, es muy difícil que
una persona desorganizada consiga algún día ser puntual. Porque, para esta
persona, se trata de cambiar de vida, de forma de ser. Es como poner crema
bronceadora a una persona que tiene hepatitis. El fondo es el que es”,
dice Carlos Sánchez. En un estudio
que de Lozor llevó a cabo en la Universidad de San Francisco, detectó varias
tipologías de tardones: los que necesitan adrenalina para hacer las cosas y lo
dejan todo para el último momento; personas que precisan tener una agenda a
tope de cosas para fomentar su ego y los que tienen problemas con el orden y la
estructura. El escocés Jim
Dunbar representa tal vez el caso más extremo: es el primer hombre a quien
se le ha diagnosticado su demora crónica como trastorno médico. Sería una
enfermedad que se localiza en la misma parte del cerebro afectada por el
déficit de atención. Según Mattioli, no hay que tirar la toalla. En su opinión,
al tardón hay que hacerle la siguiente pregunta: “¿Para
qué llegar tarde?”, en lugar de: “¿Por
qué llego tarde?”. De esta manera, la persona con retraso
crónico consigue comprender que las consecuencias de su retraso, para él y para
el entorno, son negativas. Una vez que se tenga conciencia del problema, hay
que pasar a la acción. Victor Tatay recuerda que una reunión “empieza mucho
antes de la misma. Hay que planificar el recorrido, prepararse la ropa,
gestionar el horario de los otros compromisos”. En este sentido,
Carlos Sánchez sugiere que si se prevé hacer muchas cosas el mismo día, mejor
aligerar la agenda.
Para
llegar a la hora, un truco consiste en ser pesimista y pensarlo todo en
negativo: que se puede pinchar una rueda, que puede haber un atasco. Y nunca
confiarse demasiado. “No abuses del retraso de la cortesía, ya que depende de
la duración de la reunión. Si vas a estar reunido todo el día, puedes estirar
15 minutos. Pero si va a durar una hora, mejor no excederse de los cinco
minutos”, afirma Sánchez. Los hijos suelen ser una de las excusas
más frecuentes. Pero aquí también con un poco de organización se puede
intervenir. Si no son pequeños, no precisan tal vez toda la ayuda que algunos
padres les prestan. Si saben vestirse solos, que lo hagan. También se puede
preparar con antelación la ropa y el desayuno. En algunos casos el día
anterior. En cambio, hay cosas que sí se pueden dejar para después (si uno
dice: “Llegué
tarde porque tardé en arreglar la cocina”, el otro le debería
contestarle: “Es
que yo la dejé sin arreglar para llegar a tiempo”). También habría
que evitar las distracciones. Mirar la tele, leer el periódico o consultar el
periódico mientras se desayuna son actividades mucho más absorbentes, que, por
ejemplo, poner la radio. Y siempre queda el clásico truquillo: adelantar las
agujas del reloj cinco minutos. No siempre funciona, pero a más de uno este
autoengaño temporal ha ayudado a mejorar los tiempos de recorrido.
Ojo: tampoco hay que pasarse.
Recuerde que llegar mucho antes no siempre
está bien visto. Imagínense que usted toca a la puerta de una casa mucho
antes de la hora de la cena, con todo por hacer: está claro que resultará
molesto. Lo mismo pasa en el mundo laboral. Víctor Tatay de Adecco explica que “si te presentas
una hora antes puedes dar la impresión de que eres un despistado y de que no te
has enterado de la hora. O que eres un ansioso, cuando en las reuniones de
trabajo siempre es mejor adoptar una cierta prudencia o templanza. Hay quien
incluso puede considerarla como una medida de presión. Le estás diciendo al
otro: “Mira que ya estoy aquí”. Y no
olviden que además de la entrada, hay la salida: marcharse antes también es una
forma de impuntualidad”. Unos consejos útiles. ¿Habrán llegado a
tiempo?
Algunos perfiles
Por pose,
engreimiento, llamar la atención. Por desorden, descuido, escasa atención,
malos hábitos. Por deseo de dominio, venganza o egoísmo... Son muchos los
motivos que se esconden detrás del llegar sistemáticamente con retraso. Los
impuntuales se pueden clasificar en distintas categorías, según el psicólogo Mariano Lechuga, fundador del Instituto
dela Puntualidad
El racionalizador. Siempre se justifica: quince minutos no son para tanto
El productivo. Arregla muchos compromisos en poco tiempo y todos a la misma hora: quiere
mostrar que es una persona ocupada
El que posterga. No programa nada por principio. Le gusta dejarlo todo para después porque
le da adrenalina
El distraído. El que se olvida de las citas, anda en otro mundo
El rebelde. No respeta el tiempo de los demás porque quiere expresar su disconformidad
El indeciso. No sabe qué ponerse, ni qué ruta elegir: el retraso es el resultado de esta
eterna ambivalencia. La persona ni llega ni falta a la cita. Se queda en medio
El evasivo. Evade las responsabilidades, porque siente que no está a la altura de los
compromisos: “¿Para qué llegar a la hora si no doy la talla?”
El hiperprotegido. Si desde niños no se les ha enseñado la importancia de llegar a tiempo,
entonces estos sujetos difícilmente de adultos llegarán a tiempo
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