Todo
lo que ha sucedido a lo largo de este año no ha sido bueno ni malo. Simplemente
ha sido necesario.
Al tomar un
poco de perspectiva, concluimos que las crisis no son más que puntos de
inflexión en nuestra larga historia de transformaciones sociales y económicas.
En realidad, son el puente entre lo que somos y lo que estamos destinados a
ser.
Esta última
crisis, por ejemplo, nos ha servido para darnos cuenta de que estamos
evolucionando de forma inconsciente. A grandes rasgos, hemos creado un sistema
que nos obliga a trabajar en proyectos en los que no creemos para poder comprar cosas
que no necesitamos. Y encima pagando un precio muy alto: la
progresiva deshumanización de nuestra sociedad, así como la contaminación del medio
ambiente, del que ya casi no formamos parte.
Lo sucedido este
año también ha puesto de manifiesto que como sociedad y sistema todavía no sabemos quiénes
somos ni hacia dónde vamos. Además, esta falta de propósito y de
sentido nos genera un gran vacío en nuestro interior. Y por más que triunfe la cultura de la
evasión y el entretenimiento, no logramos llenarlo con nada del exterior.
El problema es que hemos comenzado la casa por el tejado. Nos falta lo más
esencial: los pilares sobre los que sostenerla. Y la solución pasa por aprender
lo que la crisis nos ha venido a enseñar.
Entre otras
lecciones, nos ha revelado que la economía es como un tablero de juego que hemos
incrustado sobre la naturaleza, en el que a través del dinero se
relacionan e interactúan tres jugadores principales: el sistema, las empresas y los seres
humanos. Y todo ello regulado por leyes diseñadas por los Estados,
que a su vez están sujetas a una ley superior denominada "causa y efecto", por
la que cada individuo, organización y nación termina por recoger lo que
cosecha.
Aunque el
capitalismo ha demostrado su eficacia a la hora de promover crecimiento
económico, ha resultado ineficiente para fomentar bienestar y felicidad en la
sociedad. La negatividad, el estrés, la ansiedad y la depresión son las
enfermedades más comunes de nuestro tiempo. La paradoja reside enque somos más
ricos que nunca, pero también mucho más pobres. En este caso, la inconsciencia
ha consistido en querer crecer por crecer, sin considerar la finalidad y las
consecuencias de dicho crecimiento.
Las empresas,
por su parte, se han consolidado como las instituciones predominantes. Tanto es
así, que el mundo se ha convertido en un negocio orientado a maximizar el
lucro de las organizaciones en el corto plazo, sin importar los
medios que emplean para conseguirlo ni los efectos que su exceso de codicia
ocasiona sobre los seres humanos y el planeta en el que vivimos.
Cabe recordar
que desde la óptica empresarial, todo lo que está vivo es considerado como un "recurso".
Y como tal, es usado y explotado para fines mercantilistas. Eso sí, la falta de
valores y de sentido ha provocado que el corazón de las organizaciones -las personas
que las componen- haya dejado de latir. La mayoría de trabajadores
se levanta los lunes por la mañana deseando que llegue el viernes para comenzar
el fin de semana. De ahí que la improductividad derivada de la gestión
mecanicista amenace la supervivencia de las compañías socialmente más
irresponsables.
Nos guste o
no, estas circunstancias socioeconómicas forman parte de un proceso evolutivo
del que todos somos corresponsables. Y es precisamente la asunción de esta
responsabilidad personal el pilar del nuevo paradigma económico que está
emergiendo. Se trata de una semilla de la que está empezando a brotar la
denominada "economía
consciente", cuyo objetivo es que el sistema, las empresas y los seres humanos
cooperen para crear un bienestar social y económico verdaderamente eficiente y
sostenible.
El primer gran
reto que promueve la economía consciente es la responsabilidad social corporativa,
que consiste en alinear el afán de lucro de las empresas con la humanización de
sus condiciones laborales y el respeto por el medio ambiente. Otra
característica es el comercio justo, que apuesta por establecer una
relación
comercial voluntaria e igualitaria entre productores y consumidores,
de manera que todos salgamos ganando.
En paralelo,
también está cobrando fuerza el consumo responsable y ecológico, que nos
invita a comprar lo que verdaderamente necesitamos en detrimento de lo que
deseamos, tratando de que con nuestras compras apoyemos a organizaciones que
favorezcan la paz social y la conservación del medio ambiente. Por último, cada
día está ganando más adeptos el ahorro consciente, que consiste en poner
nuestro dinero en bancos éticos, que, a diferencia de los convencionales, sólo
invierten en proyectos que realmente benefician a la sociedad.
La transformación de las empresas y del sistema siempre comienza
con el cambio de mentalidad de los seres humanos. No en vano,
nosotros diseñamos y ejecutamos los planes y objetivos de las empresas.
Nosotros consumimos sus productos y utilizamos sus servicios. Y en definitiva,
con nuestra manera de ganar dinero y de gastarlo construimos día a día el
sistema en el que vivimos. Sólo al asumir que somos co-creadores del mundo que
habitamos podemos decidir cambiarlo, cambiándonos primeramente a nosotros
mismos. Y, lo queramos ver o no, es una decisión que tomamos cada día.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada