“La felicidad nos
llega en la quietud. La aceleración y la felicidad se llevan mal. La serenidad
nos abre los ojos y el corazón”.
Así es. José
murió hace años, pero este hombre analfabeto con quien tanto disfrutaba
conversando en mi adolescencia por los campos de mi pueblo es una de las almas
lúcidas y humildes que, sin duda, más extraño.
La serenidad
nos permite que el mirar devenga ver, que el oír se convierta en escuchar, que
la existencia devenga presencia. Y desde allí podemos capturar la belleza que
quizás nos pasaría inadvertida por causa de nuestras cuitas e inercias. Como
esta puesta de sol.
Besos y
abrazos,
Álex
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