Kant afirmaba que la felicidad es
la satisfacción de todas nuestras necesidades, es decir, una
felicidad tan inalcanzable como angustiante porque viviríamos en un estado de
constante frustración. Esta dicha idealizada, paradójicamente, se convierte en
un aversivo, ya que la calma se pierde ante una exigencia conceptual
desproporcionada y especialmente rígida. “Todas las necesidades…”, es mucho pedir para seres tan imperfectos
como nosotros. La certeza solo existe fuera de este mundo y, a no ser que
sigamos a Pascal, la mayoría espera
sentirse bien aquí en la tierra: si para ser feliz debo esperar otra vida, pues no tiene
sentido plantearme cómo quiero pasarla bien en ésta.
La búsqueda de la felicidad es una aspiración que
acompaña al ser humano desde sus orígenes, así le hayamos puesto distintos
calificativos a lo largo de la historia. El hombre, de manera consciente o
inconsciente, se siente impulsado, tanto hacia el placer voluptuoso como hacia la tranquilidad del alma, el regocijo sereno y un bienestar
que vaya más allá de la turbulencia inmediata de las sensaciones. Los
griegos la llamaban: eudaimonismo.
Habría que preguntarse si cuando hablamos de
felicidad estamos hablando de un estado, un lugar al cual hay que llegar, un Nirvana,
o si más bien nos referimos a un proceso y un camino por dónde transitar,
obviamente con sus altibajos inevitables. Una actitud más realista sobre la
felicidad implicaría asumir dos premisas:
(a) que ella no se encuentra en las metas sino en la forma de
alcanzarlas y,
(b) que ella no responde al principio del todo o nada
(puedes ser más o menos feliz).
Una pregunta que aún no ha sido respondida
adecuadamente se refiere a si la felicidad se genera más ante la recepción de
estímulos positivos o a ante la eliminación de los estímulos negativos.
Según expertos en el tema, cuando en las encuestas los individuos responden que
sí son felices, esto no significa que ellos estén constantemente alegres y
plenos, sino que no son desdichados. Si alguien ha pasado por momentos adversos
y difíciles y en consecuencia se ha sentido profundamente abatido y deprimido,
valorará a no sentirse así en el futuro. “¿Usted es
feliz?”: “Pues no estoy en la olla, he tenido momentos muy malos y
afortunadamente ya he salido de ellos… Estoy bien…”.
Una felicidad más modesta, más realista, menos eufórica, más inteligente dirían algunos. Es el placer estático de Epicúreo: agradecimiento de que no haya dolor y una buena dosis de frugalidad que otorga la sabiduría: “Tráeme un queso y un pan que quiero darme un festín”. Estar lejos del padecimiento también es alegría, es una condición necesaria para sentirse feliz o no sentirse desdichado.
Finalmente, un tercer aspecto surge cuando se estudian las relaciones entre deseo y felicidad. Según Hobbes, el ser humano siempre quiere más y no puede vivir sin desear, pero como el deseo es carencia, solo estaremos motivados si nos falta algo. Dicho de otra forma, si la felicidad es la obtención de todos mis deseos, ¿que mantendrá mis ganas de vivir, luego de obtenerlos? ¿Dónde encontraríamos reposo? Porque de ser así, habría que estar siempre con la mirada puesta en el futuro, cuando lo que atestiguan las tradiciones espirituales y filosóficas más serias es que la serenidad que acompaña la felicidad solo se obtiene en el presente. En otras palabras, la estrategia que se recomienda es traer el deseo al aquí y el ahora y quitarle la connotación temporal: desear (disfrutar) lo que se tiene y lo que se esta haciendo.
Una felicidad más modesta, más realista, menos eufórica, más inteligente dirían algunos. Es el placer estático de Epicúreo: agradecimiento de que no haya dolor y una buena dosis de frugalidad que otorga la sabiduría: “Tráeme un queso y un pan que quiero darme un festín”. Estar lejos del padecimiento también es alegría, es una condición necesaria para sentirse feliz o no sentirse desdichado.
Finalmente, un tercer aspecto surge cuando se estudian las relaciones entre deseo y felicidad. Según Hobbes, el ser humano siempre quiere más y no puede vivir sin desear, pero como el deseo es carencia, solo estaremos motivados si nos falta algo. Dicho de otra forma, si la felicidad es la obtención de todos mis deseos, ¿que mantendrá mis ganas de vivir, luego de obtenerlos? ¿Dónde encontraríamos reposo? Porque de ser así, habría que estar siempre con la mirada puesta en el futuro, cuando lo que atestiguan las tradiciones espirituales y filosóficas más serias es que la serenidad que acompaña la felicidad solo se obtiene en el presente. En otras palabras, la estrategia que se recomienda es traer el deseo al aquí y el ahora y quitarle la connotación temporal: desear (disfrutar) lo que se tiene y lo que se esta haciendo.
Dicha realista: establecer una relación inteligente con uno
mismo, no andar por la nubes ni sobre exigirse con imperativos
irracionales. Yo empezaría por la ausencia del sufrimiento, que ya es mucho,
que es una gracia, y como toda gracia,
un goce.
Walter Riso.
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