“La vida es un negocio en el que no
se obtiene una ganancia que no vaya acompañada de una pérdida”, Arturo Graf
Negociar es casi tan inevitable como respirar.
Seamos conscientes de ello o no, ponemos en práctica esta habilidad a diario.
Cuando tratamos de decidir un destino vacacional con nuestra pareja, cuando
vamos al cine con un grupo de amigos y hay que ponerse de acuerdo para ver una
película, cuando pedimos un aumento de sueldo, un día libre en el trabajo o
intentamos que el guardia urbano nos retire una multa por haber aparcado donde
no debíamos. Cada vez que exponemos nuestro punto de vista con el objetivo de
obtener algo, la negociación entra en juego. Establece los cimientos sobre los
que se basan todos los pactos que marcan nuestras relaciones. Aunque lo pueda
parecer, no está limitada a quienes gozan de labia, autoridad o poder. La
negociación se construye en base a muchos factores, y conocer cuáles son las
claves de un buen acuerdo nos puede ayudar a obtener resultados que jamás nos
habríamos atrevido a soñar.
Podríamos definir toda negociación como el medio para
alcanzar el fin que deseamos. Se trata de un tipo de comunicación
específico diseñado para llegar a un acuerdo. Y a pesar de que la ponemos en
práctica todos los días, no siempre logramos que llegue a buen puerto. No en
vano, cuando negociamos, intentamos obtener algo mejor de lo que depende
únicamente de nosotros. Dado que no está en nuestras manos lograrlo por nuestra
cuenta, necesitamos
del otro, de lo que nos puede facilitar, ofrecer o aportar. En toda
relación existen escenarios en los que uno depende del otro y viceversa para
lograr lo que quiere o necesita. Y en la mayoría de situaciones, el resultado
de una negociación no depende de lo que decidamos unilateralmente, sino también
de lo que decidan nuestros interlocutores. Esta realidad a menudo deja a ambas
partes enemistadas, insatisfechas o agotadas.
Los expertos en la materia afirman que negociar
tiene algo
de arte y de ciencia, de habilidad y análisis, de inspiración y de
argumentación. Y uno de los factores más importantes es escoger el
momento y el lugar oportuno para plantear nuestros términos y propuestas.
Llegados a este punto, cabe apuntar que la negociación es una estrategia que
requiere de un minucioso plan de acción. En este proceso, cada persona hará lo
que esté en su mano para inducir o influir a su interlocutor a asumir las
decisiones que mejor le convengan. Eso sí, toda negociación tiene algo de
paradoja. No en vano, en ella cohabitan dos poderosas motivaciones, a menudo
opuestas: la
necesidad de aunar esfuerzos con el otro para alcanzar un acuerdo y la
intención de que dicho acuerdo sea lo más favorable posible para nosotros.
NI PARA TI NI
PARA MI
“Lo más importante en una
negociación es escuchar lo que no se dice”, Peter Drucker
Existen diversos estilos de negociación. Cada
persona desarrolla el suyo propio, en base a sus experiencias previas, su
habilidad a la hora de comunicar y su tipo de personalidad. Pero a grandes
rasgos, podríamos hablar de dos estilos enfrentados: el ‘soft’ y el ‘hard’. Pongamos
como ejemplo a la pareja formada por María y Pablo. María tiene la boda de una
amiga de la infancia un fin de semana, y en esos mismos dos días su pareja
tiene una salida con todos sus amigos para celebrar el cumpleaños de uno de
ellos. A causa de un malentendido en la comunicación, no se dan cuenta de la
coincidencia hasta dos días antes de ese fin de semana. Ninguno de los dos
quiere cambiar de plan, pero para ambos es importante que el otro le acompañe.
Y tras unos cuantos reproches y comentarios afilados, comienza la negociación.
Si María utilizase la negociación ‘soft’
cedería con cierta facilidad y cambiaría sus planes para adaptarse a los de Pablo.
No en vano, el conocido como negociador ‘soft’ tiende a resignarse con presteza ante su
interlocutor para lograr un acuerdo lo antes posible, pues desea
evitar los conflictos personales y las situaciones incómodas que de ellos se
derivan. Esta actitud agradadora suele dejarle en desventaja en lo que al
acuerdo final se refiere, que no suele inclinarse a su favor. Sin embargo, es
más que probable que eso dejase una huella emocional y María acumulase cierto resentimiento
por perderse algo importante para ella, lo que podría causar desgaste en la
relación.
Si por el contrario María fuera una negociadora ‘hard’,
lucharía con todos los medios a su alcance para imponer su voluntad y apenas
contemplaría la opción de ceder. Consideraría que rebajar sus peticiones es
atentar contra sus derechos, por lo que tendería a enrocarse y mantenerse en un
extremo de la balanza de la negociación. Partiría de la premisa de que ‘quien más
aguanta en su posición más consigue’, y la seguiría a rajatabla.
Llegados a este punto, se podrían dar dos escenarios diferentes. El primero
sería que Pablo cediera, yendo a la boda a desgana y convirtiendo cualquier
comentario en un potencial polvorín. En el segundo probablemente habría
discusión, conflicto, lágrimas y finalmente no se llegaría a ningún acuerdo. De
un modo u otro, la inflexibilidad de María terminaría por dañar la relación con
su contraparte. Así, el estilo de negociación ‘soft’ se podría definir como ‘yo pierdo, tú
ganas’, mientras el ‘hard’ sería ‘yo gano, tú pierdes’ o en su
defecto, ‘los
dos perdemos’.
En el centro de estos dos estilos de negociación
existe un tercero, que suma características de ambos. Se trata de una fórmula
que propone resolver los desencuentros buscando el mutuo beneficio. Es el
método conocido como ‘ganar-ganar o no hay trato’. Esta propuesta
nos invita a ser más tolerantes y flexibles. A creer que es mejor sumar esfuerzos
que restar oportunidades. A priorizar la cooperación sobre la competencia.
Volviendo al ejemplo anterior, Pablo y María posiblemente decidirían que es más
importante para ambos disfrutar y compartir los dos planes juntos. Posiblemente
decidirían hacer un esfuerzo, ir a la ceremonia por la mañana e irse pronto
para llegar a la fiesta de cumpleaños. Eso implicaría logística, tiempo y
esfuerzo por parte de los dos. No sería una solución perfecta, pero en vez de
restar a la relación, sumaría.
EL MEJOR
ACUERDO
“Yo no estoy de acuerdo con lo que
usted dice, pero me pelearía para que usted podría decirlo”, Voltaire
Entonces, ¿cómo podemos aprender a practicar el
método ganar-ganar? En primer lugar, tenemos que partir de un escenario de confianza mutua.
Ser transparente
es otra de las premisas necesarias para que se dé una negociación de estas
características. Es importante empezar por preguntarnos ¿qué es lo más importante en esta
situación? ¿Qué pretendo conseguir? Así podremos expresar nuestras
intenciones reales desde el comienzo de la negociación, para no confundir y
generar conflicto. Preparar nuestra estrategia y prestar atención a nuestra
forma de comunicar también es clave. Eso pasa por escuchar más que hablar y estar
atentos a los equívocos que a menudo se generan en estas situaciones. Aprender
a gestionar
nuestras emociones también forma parte del proceso. Algunos de los
grandes errores que se cometen en un proceso de negociación se deben al
estallido de emociones mal canalizadas. Y es que cuando nos asalta la ira, el
reproche y el miedo perdemos cualquier atisbo de perspectiva y dejamos de
pensar con claridad.
En este sentido, es fundamental no dar cosas
por sentadas. Tendemos a asumir que sabemos cuál es el problema o el
asunto a resolver con la persona que estamos negociando. Pero la verdad es que
la mayoría del tiempo tenemos percepciones distintas de lo que sucede en
comparación con el otro. De ahí la importancia de recordarnos de vez en cuando
¿Por qué es tan importante para nosotros lograr lo que queremos? Y ¿Qué precio
emocional estamos dispuestos a pagar por ello? Posiblemente la parte más
delicada e importante de toda negociación sea captar cuáles son los intereses
de nuestro interlocutor. Si aspiramos a que la negociación sea un éxito,
necesitamos ser empáticos
y comprensivos, tratar de entender e integrar qué es lo que el otro
necesita. Porque si no nos comprometemos con ponernos en su piel, es muy
difícil que podamos ser justos en nuestros términos. Y la actitud de nuestro
interlocutor se convertirá en un reflejo de la nuestra.
Lo cierto es que toda negociación basada en el
ganar-ganar tiene que partir de la creencia esencial de que juntos podemos
lograr más y mejores cosas que por separado. Los seres humanos nos
construimos en la relación y en la interacción. Cooperar nos ayuda a crecer, a
ser más generosos, comprensivos y competentes. Los límites son más fáciles de
sortear y la vida se convierte en un viaje más pleno y satisfactorio. Negociar nos
enseña a ganar, a perder y a ceder, pero sobretodo… a ver al otro.
En clave de
coaching
¿De qué manera
afecta la negociación a nuestra vida?
¿Cómo
mejoraría nuestra vida si la cuestionáramos?
¿Qué es más
importante, tener la razón o ser feliz?
Libro
recomendado
‘Los cuatro acuerdos’, de Miguel Ruiz (Urano)
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