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Los pensamientos catastrofistas
lastran nuestro día a día, pero pueden ser
desactivados o incluso utilizados de forma positiva
Se acerca el final del viaje. Pero
el viaje es una meta, no una catástrofe George Sand
Sólo en el mundo de las matemáticas
dos negativos se convierten en algo positivo. Abby Morel
Conocemos a muchas personas que están todo el día
temiéndose calamidades y dibujando escenarios catastróficos sobre lo que puede
suceder. De hecho, todos adoptamos a veces esa actitud trágica y nos hundimos
en un mar de perspectivas tan terribles como improbables. Sin embargo, esta
capacidad de prever “lo peor que puede pasar” para poner los
medios necesarios y sobrevivir a la catástrofe es justamente una ventaja
evolutiva del ser humano respecto a otras especies. Las ciudades de la
antigüedad se amurallaban para protegerse del supuesto ataque de los bárbaros y
hoy día en las zonas sísmicas se construyen edificios capaces de resistir
grandes temblores de tierra. Son medidas inteligentes que aportan seguridad y
han ayudado a minimizar el desastre cuando llega.
El problema es cuando esa forma de pensar se
traslada a la vida personal y empezamos a vivir con la ansiedad de que todo nuestro
mundo, o aquello que consideramos más valioso, se va a venir abajo.
Gramática del
desastre
Las personas catastrofistas tienden a convertir un
pequeño traspiés o una amenaza en un escenario dantesco. Debido a su facilidad
para hacer pronósticos negativos, llegan a crear una crisis de la nada. Veamos
algunos ejemplos:
– El celoso que
interpreta cualquier contacto social de su pareja como un principio de
seducción que acabará en infidelidad o abandono.
– Los inversores
que, siguiendo un rumor, se dejan llevar por el pánico y acaban hundiendo las
acciones de una empresa.
– El
hipocondriaco que, ante cualquier pequeño dolor, se diagnostica enfermedades
graves y devastadoras.
El gran problema de esta clase de predicciones es
que acaban
siendo proféticas, y no precisamente por obra del destino. La misma
persona se encarga inconscientemente de que sus peores temores se vean
cumplidos.
En los ejemplos anteriores, la pesadez o incluso
agresividad del celoso hace que su pareja se harte, y el hipocondriaco puede
desarrollar enfermedades reales por culpa del estrés que le crea el pánico a la
enfermedad.
Por regla general, las personas instaladas en el
pensamiento catastrofista padecen problemas de concentración, insomnio
y ansiedad
que pueden llevarles a una depresión. La buena noticia es que es posible
detener esa clase de procesos mentales. Pero veamos antes de nada cuál es su
origen.
Cambiar el
canal de noticias
Aunque muchas personas son capaces de predecir
catástrofes sin haber vivido ninguna, generalmente este tipo de oráculo tiene
su origen en un accidente o evento traumático que hace que dejemos de ver
nuestro mundo como un lugar seguro. Lo malo de estas dinámicas es que descartan
todas las opciones agradables y sitúan a la persona en un estado de alerta
permanente. Según Meg Selig, autora
en la web Changepower!, los estudios demuestran que entre el 60% y el 70% del
pensamiento de un individuo es de índole negativa y pesimista.
Para cambiar el signo de nuestro circuito mental,
esta autora propone tres afirmaciones que se pueden repetir para salir del
fatalismo:
1. Esto que pienso no está sucediendo
ahora.
En este momento estoy a salvo.
2. Pase lo que pase, puedo hacerle
frente.
3. Yo y sólo yo
soy el
causante de mi propio sufrimiento.
4. A estas tres
declaraciones podemos agregar lo que dice la estadística sobre esta clase de
predicciones: la mayor parte de desastres que tememos nunca llegan a suceder.
Cuando se trata de rechazar una emoción, esta se
fortalece. Del mismo modo, al aceptarla y analizarla empieza a perder su poder.
Según el doctor en Psicología Matthew
Tull, si la persona no ha caído en una depresión, hay tres pasos que puede
seguir para liberarse de esta inercia que oscurece su mirada sobre la vida.
1. El primer paso
sería reconocer
esta clase de pensamientos en nuestro espacio mental. Al detectarlos
y entender cómo afectan, pierden buena parte de su fuerza.
2. El segundo
paso es aplicar
una estrategia para evitar que esa clase de ideas se vayan al
extremo. Para ello, la solución es diseccionarlas a través de estas preguntas:
– ¿Qué pruebas tengo a favor de la veracidad de
estas reflexiones?
– ¿Qué pruebas tengo en contra?
– ¿Tengo este tipo de juicios cuando me siento bien
o sólo cuando estoy triste, enojado o ansioso?
– ¿Qué le diría yo mismo a alguien que está pensando
algo así?
Este ejercicio de exploración permite
desenmascarar el oráculo pesimista, con lo que se mitigará la ansiedad a la vez
que se libera espacio para opciones más positivas.
3. Una tercera
alternativa es centrar
la atención sobre cada idea catastrofista como una nube que pasa por
la conciencia, sin
aceptarla ni rechazarla. Se etiqueta como “pensamiento” y se deja
pasar. Con ello menguará su influencia sobre el estado de ánimo.
4. Nuevamente, a
las tres medidas del doctor Tull yo añadiría una cuarta: evitar el contacto con las personas
pesimistas y desmotivadoras, ya que esta clase de dinámicas mentales
son altamente contagiosas.
Lo positivo de
lo negativo
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Investigaciones recientes han demostrado que el pensamiento
negativo, si se usa de manera estratégica, también puede acabar resultando
beneficioso para quien lo practica.
En su ensayo The
Antidote: Happiness for People Who Can’t Stand Positive Thinking, el
periodista Oliver Burkeman sostiene
que la visualización negativa puede ser un efectivo antídoto contra la
ansiedad. En realidad, lo que los psicólogos denominan “pesimismo defensivo” es
una estrategia aplicada por entre un 25% y un 30% de los estadounidenses, según
la investigadora Julie Norem.
“Cuando
intentamos persuadirnos de que todo se resolverá para bien, corremos el riesgo
de reforzar la creencia tácita de que sería completamente catastrófico que eso
no sucediera. En cambio, si tratamos el caso con cierta sobriedad y
consideramos lo mal que realmente puede ir, encontraremos que nuestros temores
disminuyen hasta tener un tamaño manejable”, afirma Burkeman.
El pensamiento catastrofista más común y realista,
el de la propia muerte, ha sido empleado por los místicos para desapegarse de
las preocupaciones humanas, a la vez que supone una invitación a la vida.
Un curioso estudio realizado entre los paseantes
de un cementerio, por ejemplo, midió la reacción de estos ante un desconocido
al que se le caía un cuaderno. Las observaciones demostraron que las personas
dentro del camposanto eran un 40% más solícitas que las que caminaban por la
calle.
Ciertamente, muchos otros pensamientos
catastrofistas no invitan a la reflexión, pero hay una sencilla técnica que se
puede utilizar para deshacerse de ellos. Ante el posible escenario que preocupa
se puede hacer lo siguiente: Imagine qué es lo peor que puede pasar, el
grado máximo de catástrofe. Trasládese ahora mentalmente a esa situación. ¿Qué
haría?
Si no se trata de la propia muerte, la cual además
pone fin a todo sufrimiento, cualquier otra cosa que suceda no es el fin del
mundo. Como seres adaptables que somos, seguro que haríamos algo útil para
nuestra supervivencia en la nueva situación. Por tanto, no es tan terrible. La
ventaja de plantearse el comportamiento en el “peor escenario posible” es que,
con toda probabilidad, sucederá algo menos malo y se vivirá como un alivio. O
no sucederá nada de lo que se teme. Mientras tanto, a vivir.
La fábula de
los gemelos
Un hombre que tenía dos hijos de signo opuesto
–uno muy optimista y el otro muy pesimista– siguió el consejo de un amigo de
dar a cada uno por su 18º cumpleaños un obsequio muy distinto: algo fabuloso
para el pesimista y algo horrible para el optimista. Tal vez así se
equilibrarían los estados de ánimo, opinaba el amigo. Llegado el día, el padre
hizo salir a los chicos a ver los dos regalos que estaban tapados en la calle
por sendas sábanas. El pesimista descubrió una potente moto japonesa y empezó a
gritar y llorar a su padre: “¡Tú lo que quieres es que me mate!”. El
optimista destapó un enorme excremento y empezó a bailar, loco de alegría. “¿Qué celebras,
idiota?”, le preguntó su hermano, a lo que el optimista contestó: “Si aquí hay este excremento es que enseguida viene mi
caballo”.
PARA SABER MÁS
Una
película
El vuelo del
Fénix.
Robert Aldrich
Tras estrellarse en el desierto del Sahara, la
única esperanza de los pasajeros de un avión de carga es construir una nueva
aeronave a partir de las piezas de la averiada. Una historia inspiradora sobre
cómo afrontar el peor escenario posible.
Un
libro
Feliz contra
todo pronóstico. Olivier
Bouyssi (Plataforma)
La odisea de un hombre que contrajo una enfermedad
fatal al recibir una transfusión después de un accidente. Un relato vivido
sobre la práctica del optimismo extremo.
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