Autor: Walter Disney.
En
teoría parece sencillo, pero es uno de los retos más complejos al que nos
enfrentaremos a lo largo de nuestra vida: determinarnos, por fin, a arrancar en busca de lo que
soñamos.
Para
crear en nuestras mentes ideales absolutos, o idílicas representaciones de los
lugares a los que queremos llegar, somos bastante buenos (casi sublimes), pero
decidir que ha llegado, sin excusas, el momento de ir a por ello, ya es harina
de otro costal. Será tal vez debido a la llamada procrastinación: acción o hábito de postergar actividades o
situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras más irrelevantes,
pero también más agradables.
Y lo
curioso es que una vez empezamos, el camino se allana y las dificultades
(atemorizantes e intimidatorias al principio) se van disolviendo. El coraje de empezar
lleva adosado un carácter extra y una resolución suplementaria para cumplir
nuestros sueños... pero hay que ponerse en marcha.
Si
tenemos, o al menos intuimos que tenemos, la capacidad, si nos consideramos
preparados, si en nuestro fuero interno pensamos que nos merecemos eso que
queremos conseguir, no es comprensible no intentarlo.
Walt
Disney puede ser el gran paradigma de los soñadores: alguien que tiene una
visión, cree en ella con fe irreductible y decide, él mismo y nadie más, que
conseguirá su propósito, no importando el esfuerzo que deba empeñar en ello.
Con
los soñadores y sus sueños, pasa algo parecido a lo que ocurre con las ideas
novedosas. Al principio todo el mundo se muestra escéptico y a medida que
prosperan y se van materializando, la credibilidad aumenta, hasta el punto de
que una vez triunfan todo el mundo conocía su bondad desde el comienzo.
La
leyenda de Disney está salpicada de constantes lecciones de superación y de
muestras palpables de que la resistencia a claudicar, la fortaleza para
soportar la adversidad y el ánimo elocuente de un sueño preciso y precioso,
acaba dando frutos.
Llegó
a Los Ángeles con cuarenta dólares en el bolsillo y una película sin acabar en
su maletín. Su propósito era dejar de lado el cine de animación -consideraba
que no podría competir con los estudios de Nueva York- y convertirse en
director de películas de acción real. Así, hasta que se convenció de que no
valía la pena sacrificar un sueño caro, auténtico y propio, por otro mas barato
y ajeno.
"...
Y así después de esperar tanto, un día como cualquier otro decidí triunfar...
decidí no esperar a las oportunidades sino yo mismo buscarlas, decidí ver cada
problema como la oportunidad de encontrar una solución, decidí ver cada
desierto como la oportunidad de encontrar un oasis, decidí ver cada noche como
un misterio a resolver, decidí ver cada día como una nueva oportunidad de ser
feliz.
Aquel día
descubrí que mi único rival no eran más que mis propias debilidades, y que en
éstas, está la única y mejor forma de superarnos. Aquel día dejé de temer a
perder y empecé a temer a no ganar, descubrí que no era yo el mejor y que
quizás nunca lo fui., Me dejó de importar quién ganara o perdiera; ahora me importa
simplemente saberme mejor que ayer.
Aprendí
que lo difícil no es llegar a la cima, sino jamás dejar de subir. Aprendí que
el mejor triunfo que puedo tener, es tener el derecho de llamar a alguien
«Amigo».
Descubrí
que el amor es más que un simple estado de enamoramiento, «el amor es una
filosofía de vida». Aquel día dejé de ser un reflejo de mis escasos triunfos
pasados y empecé a ser mi propia tenue luz de este presente; aprendí que de
nada sirve ser luz si no vas a iluminar el camino de los demás.
Aquel día
decidí cambiar tantas cosas... Aquel día aprendí que los sueños son solamente
para hacerse realidad.
Desde
aquel día ya no duermo para descansar... ahora simplemente duermo para
soñar".
"Todas las adversidades que he
tenido en mi vida, todos los problemas y obstáculos, me han fortalecido... Uno
no se da cuenta de cuando sucede, pero una patada en los dientes puede ser la
mejor cosa que le puede suceder en un momento dado."
(Walt Disney)
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