Leí hace algún tiempo un texto que me pareció
bastante acertado. Hablaba sobre la manía que tenemos la mayoría de nosotros de
convencernos de que lo mejor de la vida está siempre por delante. Que la vida
será mejor después: después de terminar el colegio, de acabar la carrera, de
conseguir el primer trabajo. Después de casarnos, después de tener un hijo, o
después de tener otro más...
Y una vez alcanzados tales objetivos no paramos,
qué va, en absoluto y seguimos poniendo nuestra felicidad en otro nuevo mañana.
Y así, pensamos que seremos más felices cuando crezcan nuestros hijos y dejen
de ser niños, porque tan pequeños no nos dejan respirar. Y luego, una vez
crecen y llega la adolescencia, esperamos que pase pronto esa etapa para que
más adelante ya no sean tan difíciles de tratar. Y después pensamos que cuando
se vayan de casa, quizá será el momento de empezar a vivir de verdad tras
tantos años de sacrificio por ellos...
O también nos planteamos que nuestra vida será
completa cuando a nuestro esposo o esposa le vayan mejor las cosas o cuando
tengamos un coche mejor o cuando podamos ir de vacaciones, consigamos un mejor
trabajo o nos retiremos.
¿De verdad que hace falta explicar a alguien lo
absurdo de este planteamiento? NO HAY MEJOR
MOMENTO PARA SER FELIZ QUE AHORA MISMO. Porque el presente es
nuestro, en realidad es lo único que tenemos entre el pasado remoto y perdido y
un futuro incierto y sin garantía.
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