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dilluns, 1 de desembre del 2014

COMUNICARSE - "NO QUIERO DISCUTIR". Ferran Ramon-Cortés. Conversaciones con Max 3.

Tercer artículo de serie "cafés con Max" que Ferran escribe para la revista "Mente Sana". Web de Ferran Ramon-Cortés.
Carlos se dirigía al refugio de Max con una mezcla de ilusión y perplejidad. Ilusión por compartir una charla con aquel viejo profesor que ya le había ayudado en sus relaciones con su equipo años atrás. Y perplejidad porque llevaba más de tres horas conduciendo para ir a tomar, como él le había propuesto, un sencillo café... 
Con media hora larga de retraso (encontrar aquel refugio no era tarea fácil), llegó a casa de Max, y lo encontró ya instalado en la sala, con dos tazas de humeante café ante él. 
Se saludaron efusivamente, y tras unos instantes en que rememoraron su anterior encuentro, Carlos fue directamente al grano y le dijo: 
-       Max, como ya te avancé por teléfono, tengo dificultades en la relación con mi pareja. Hasta ahora hablábamos siempre las cosas, fuese el tema que fuese, hasta llegar a un acuerdo. Sin embargo parece como si ya no fuera posible hacerlo. Ahora, cada vez que tenemos que hablar sobre algo, se cierra en banda y acabo escuchando invariablemente la misma frase: “no quiero discutir”. 
Max, tras unos instantes de reflexión, le dijo: 
-       Es que quizás precisamente no quiera discutir.
-       Pero Max, las cosas hay que hablarlas, hay que confrontar las opiniones. No te estoy hablando de acaloradas discusiones que se convierten en peleas, te hablo sencillamente de cordiales intercambios, de contrastar opiniones...
-       Lo imagino. Aún así, me parece razonable que ella no quiera discutir.
-       Pero esto nos aboca a un callejón sin salida, ¿y qué tengo que hacer entonces?.
-       Deja de discutir los argumentos, y empieza a dialogar los sentimientos. 
La cara de Carlos reflejaba una total incomprensión. Max se apresuró a intentar aclararle las cosas. 
-       Dame un ejemplo de una discusión que hayáis tenido.
-       Ayer mismo tuvimos la última, aunque el tema era algo banal...
-       Te escucho.
-       Discutimos sobre si debíamos ir o no a una cena. Ella insistía en ir. Yo quise hacerle ver que ya hemos ido a tres cenas este mes, y que estoy demasiado cansado. A mitad de mis argumentos salió el inevitable “no quiero discutir”.
-       Dime, ¿cómo lo resolverías si hablaseis ahora?
-       Intentaría explicarle de nuevo mis motivos, añadiendo uno más: que el próximo fin de semana tenemos una salida... una razón adicional para evitar otra cena.
-       Y dime, ¿por que no quieres ir en el fondo?
Carlos no esperaba esta pregunta, que sin duda no era fácil de responder. Tras una profunda reflexión le dijo: 
-       Porque tengo la sensación de que no pasamos tiempo los dos solos...
-       Bien. Contempla ahora otro escenario: cuéntale exactamente esto, que sientes que no pasáis suficiente tiempo los dos solos, en lugar de avasallarla con toda la batería de argumentos que te has buscado para evitar la cena. Y averigua en este diálogo qué siente ella en el fondo. Qué hay detrás de su insistencia en ir a la cena. Pueden salir cosas como que siente que siempre hacéis lo que tu dices, o que siempre tienes tu la última palabra...
Carlos se quedó pensativo. Max, que conocía perfectamente bien su capacidad y rapidez mental, se atrevió a añadir:
-       Verás Carlos, las personas como tu tenéis infinitos recursos para resolver las discusiones a vuestro favor. Sois rápidos argumentando, hábiles defendiendo vuestra opinión, y muy eficaces también desmontando la del otro. Difícilmente podéis perder una discusión. Y vuestros interlocutores, esto lo viven con una fuerte sensación de incomprensión.
Carlos estaba profundamente impactado. Realmente el viaje para aquel “sencillo café” estaba valiendo la pena.
-       Carlos, abandona los argumentos y confronta los sentimientos. Se sincero con tu pareja en lo que sientes, y preocúpate de captar lo que ella siente. Dejaréis de discutir, y empezaréis a dialogar. Y en el diálogo, nunca hay vencedores ni vencidos, porque todos los sentimientos son legítimos. 
Apuraron el café en un revelador silencio. Carlos había captado la idea de Max, y reconocía que su habilidad argumentando estaba siendo un impedimento al diálogo, al tiempo que una densa cortina de humo para esconder sus sentimientos. 
Aquella misma noche, unas horas después de la marcha de Carlos, Max recibió en su móvil un mensaje con una imagen: Se veía la sala de casa de Carlos, con una mesa puesta para dos comensales, iluminada con unas velas. Acompañaba a la foto un breve mensaje que decía: “empezamos el nuevo camino”.




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