—¿Puedo yo cumplir cualquiera de mis sueños?
—Sí.
—¿Sí?
—Sí, pero antes
debería saber usted cuáles son sus sueños...
—Muy bien. ¿Y luego?
—Un momento, un
momento: No es tan fácil saber cuáles son nuestros sueños...
—¿Por qué no?
—Porque nos los
negamos, los reprimimos.
—¿Cómo lo sabe?
—Por experiencia:
En mis seminarios pido a los participantes que levanten la mano si tienen algún
sueño. ¡Muchos no la levantan!
—¿No tienen sueños?
—No se atreven a
soñar. Por lo que sea, han llegado a la conclusión de que los sueños no son
para ellos: ¡Han abandonado la vida! Para mí, están muertos.
—¿Y cómo les ayuda usted?
—Les doy a todos
los presentes diez minutos para que me escriban en un papel todos sus sueños. ¡Y
les cuesta muchísimo! Casi todos me escriben sólo uno o dos sueños...
—Bueno, quizá no tengan más...
—¿Y por qué no? ¿Por
qué nos limitamos a un sueño o dos? Yo les devuelvo el papel y les insto a
enumerar al menos 25 sueños.
—¡Veinticinco! ¿Tantos?
—¿Tantos, dice? ¿Y
por qué no cuarenta o cincuenta? Le parecen... ¿Demasiados?
—Bien, lo haré. Y cuando tenga redactada mi lista
de 25 sueños, ¿Qué?
—Circunde con el
bolígrafo los cinco sueños de la lista que más lamentaría no haber realizado al
final de su vida.
—Y cuando los tenga ya escogidos, ¿Qué?
—Elija uno... y
realícelo.
—Pero... no es tan fácil.
—¡Cuánto miedo tenemos a soñar!
—Hombre, es que la vida da unos palos...
—Y decidimos
matarla, morir en vida. Es el miedo, miedo a fracasar, miedo a perder...
—Claro...
—Pero es que
cuando tienes miedo a perder... ¡Ya has perdido! Es justamente el miedo a perder lo que te
hace perder.
—¿Vivir es atreverse a soñar?
—Sí, porque si superas tu
miedo a perder... ¡Ya has ganado! Eso sí: Cumplir tu sueño exige un precio.
Y tienes que estar dispuesto a pagarlo.
—Y si no, ¿Qué?
—En el momento en
que estés dispuesto a pagar ese precio..., te saldrá ya gratis. Y si pretendes
ahorrártelo..., ¡Acabarás pagándolo!
—¿Algún ejemplo?
—Michael, un
amigo mío inglés, dueño de un pequeño y próspero hotel, se sentía muy
desgraciado: Su sueño irrealizado era vivir en una casa junto al mar... Le dije
que hay que cumplir los propios sueños o estás muerto: «La
vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir»,
escribió Jung...
—¿La vida no vivida... mata?
—Eso. Michael
realizó su sueño. Se fue a Chipre, a un lugar maravilloso frente al mar. Y, al
cabo de un año, estaba gordo, feo, abandonado, triste. Despertaba por la mañana
sin saber qué hacer de sus días...
—Pero... ¿No era aquél su sueño?
—Vendió la casa y
recuperó su negocio hotelero, y hoy trabaja como un loco veinte horas al día en
Londres... ¡Y está feliz!
—Me alegro. Necesitó afrontar su sueño...
—Sí. El paraíso es
siempre un fantasma: Atrevámonos a mirarlo a la cara. Y descubramos si
se evapora o no. El paraíso es... lo que haces de tu vida, es
tomarle placer a tu vida.
—Déme un consejo para lograrlo.
—No hacemos caso
a los consejos..., y hacemos bien. Un consejo es peligroso. Cada uno tiene
que experimentar todo por sí mismo...
—Entonces, ¿Qué les dice a sus alumnos?
—Empiezo
diciéndoles la gran verdad: «Os moriréis».
—Pues vaya gracia...
—¡Es muy importante ser bien
conscientes de eso, para aprovechar bien el tiempo!
—¿Para qué?
—Para vivir.
Todos tenemos algo dentro, y hay que explotarlo. Cada mañana, ante el espejo,
yo me pregunto: «¿Qué puedo hacer hoy para vivir este día,
vivirlo a fondo?».
—¿Y qué se
responde?
—Ingenio la
manera de meterle fuegos artificiales al día, de meterle locura... ¡Hay que
estar un poco loco! Lo que me propongo es meterle pasión al día: ¡Una gran
pasión por día!
—Buen lema.
—Luego será
demasiado tarde... Procuro vivir cada acto, cada momento de mi día como un
placer. Esta charla, ahora..., ¡Qué placer!
—Es cuestión de proponérselo, ¿No?
—Sí. Y tengo una
ayudita: Cada vez que tengo alguna duda..., le consulto a la muerte.
—¿A la muerte?
—Sí: Me imagino
muerto al lado, y me pregunto. ¡Y las respuestas son siempre sabias!
—¿Qué se dice usted desde la muerte?
—«¡Estás vivo!» Y que no me queje de
estar vivo. Y que es un privilegio estar vivo.
—¿Algún truco
más?
—Toma un folio y
redacta tu testamento personal: Todo lo que antes de morir querrías
decirle a tu mujer, a tus hijos, a cada amigo... Y, luego, date cuenta de algo:
¡Estás vivo! Así que cítate con cada uno de ellos y léele a cada uno su parte.
Es emocionante. ¡Hazlo ya!
—¿Luego podré morirme en paz?
—Muere en paz
quien vive en paz. Teme morir quien teme vivir. ¡Qué suerte no saber
qué día morirás!: Te obliga a vivir cada día como una fiesta, pues quizá sea el
último...
—Todas estas reflexiones, ¿Llevan a alguno de sus
alumnos a mejorar su vida?
—Recuerdo a un
señor que me dijo: «Antoine, anoche llegué a casa, me senté al pie de la
cama de mis hijos... y les miré dormir». ¡Es eso!, ¿No es
excepcional?, y sí, es excepcional.
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