Tengo 66 años. Nací en Mame y vivo en Colorado. Viuda, tengo 3 hijos y 3
nietos. Licenciada en Budismo. Mi abuelo,
político, trabajó con Truman y fue el primero en socializar la medicina. Crisis significa oportunidad. Cada ser tiene el
potencial de despertar a la conciencia plena
DESDE LO HUMANO
Tras años de estudios budistas en India
y Tíbet, fue la primera norteamericana en aterrizar en la América profunda con
la cabeza rapada y vestida de naranja. Colgó los hábitos y se casó con otro
aspirante a monje del que se quedó embarazada. Siguió un segundo matrimonio, la
muerte de una hija, el divorcio... Para comprender y atender su dolor recurrió
a la experiencia de mujeres espirituales tibetanas y escribió Mujeres de sabiduría, y más adelante Alimentando tus demonios (editados por
La liebre de Marzo), cuya edición española ha presentado junto a un seminario
en la Fundació Casa del Ttbet, “Un demonio es esa euroción persistente que nos impide
ser felices".
Qué la llevó al budismo?
Un libro que me regaló mi abuela,
filósofa, cuando tenía 15 años. Lo leía por la noche subida al tejado, y en una
ocasión oí cómo caía la pinaza.
Pues tiene buen oído.
...Por primera vez fui consciente de
lo que significa estar despierto al despertar.
Experiencia germinal.
Sí. Cuatro años después, a los 19, me
fui a India a estudiar, luego al primer monasterio budista de occidente, en
Escocia, y después a Nepal, donde estudié con el XVI Karmapa, que acabó
ordenándome monja. Viví retirada tres años en el Himalaya.
¿Cuándo nacieron sus hijas?
Volví a Occidente con 25 años. Era la
única monja budista en América, una rara, y soñaba con un bebé. Se lo dije a mi
maestro, que se puso a reír a carcajadas: "Todas las monjas deberían tener
hijos".
Y se casó.
...Y ya no tenía tiempo para meditar.
Hoy sé que meditar y tener una actitud compasiva es fácil cuando vives sola y
ningún bebé te hace pasar las noches en blanco.
Tuvo tres hijos más.
Sí, y dejé de meditar. Sentía que
había perdido una oportunidad. Pero hubo un punto de inflexión: mi hija murió
súbitamente a los dos meses. Las historias de los grandes maestros budistas
estaban protagonizadas por hombres y hasta entonces pensaba que en ellas podía
hallar inspiración.
¿Ya no?
Sentía que el dolor de la muerte de un
hijo se vivía distinto desde lo femenino y tuve la necesidad de encontrarme con
maestras. No hallé consuelo, pero me di cuenta de que la experiencia espiritual
de una mujer es diferente de la de un hombre, y que todas las religiones del
mundo fueron creadas por hombres para los hombres.
¿Somos diferentes espiritualmente?
La mujer está más conectada con lo
emocional. Somos muy conscientes de la interconectividad, en especial con los
hijos, y más compasivas. Nos involucramos mucho en las relaciones, queremos
mejorarlas.
Hay más mujeres en cualquier Iglesia.
Y somos mayoría en cualquier centro de
estudio de la espiritualidad, pero siempre hay un hombre dirigiendo y diciendo a las
mujeres lo que tienen que hacer.
¿Qué aprendió del matrimonio?
Tiene el potencial de llevarte por un
camino muy profundo, ves tu parte oscura reflejada en el otro: una gran
oportunidad para crecer. Y la sexualidad, entendida como esa unión
profunda, tiene un potencial para el camino espiritual muy poderoso.
También crea mucha frustración.
Porque la base debe ser una relación muy íntima, y no suele
haberla.
Para que el sexo sea satisfactorio debe existir una conexión de corazón y
profundidad, entonces en el microcosmos encuentras el macrocosmos.
¿Cuándo se enfrentó por primera vez a
sus demonios?
Peleándome con mi segundo marido por
la custodia de mi hijo. Vivíamos en Italia y yo quería volver a EE.UU. La noche
antes del juicio realicé la práctica del chöd.
Alimentó su demonio. ¿Cómo se hace?
Los demonios son problemas: un dolor físico o emocional, aquello
que nos está absorbiendo la energía. Lo normal es que luchemos
contra él, que intentemos controlarlo.
¿Mejor invitarle a pasar?
Pues sí. Debes personificarlo, darle
una forma física, e intentar averiguar qué es lo que necesita. Transformarte
en ese demonio, sentir y pensar como él, para así poder darle el néctar de cómo
se sentirá si obtuviera lo que necesita.
Póngase como ejemplo.
Temía perder a mi hijo. Imaginé ese
miedo como un ser y lo alimenté con seguridad y ternura, y también visualicé a
mi marido obteniendo lo que necesitaba: el amor y la presencia de su hijo. Al
día siguiente todo cambió: "Estoy seguro de que vas a facilitarme la relación
con mi hijo", me dijo, y así fue.
Un cambio milagroso.
Impactante, tanto, que me dediqué a
estudiar esta práctica creada por una maestra espiritual tibetana del siglo XI.
Pero si uno siente ira y la alimenta,
¿no se vuelve un monstruo?
Se trata de buscar qué hay debajo de esa ira, cuál es la
necesidad real, y eso es lo que tú alimentas. Hay que
preguntarle: "¿Qué es lo que realmente necesitas?".
Tiene sentido.
En nuestra sociedad solemos reprimir
cualquier cosa que surja que sea problemática, pero no se trata de luchar contra, sino de
comprender y alimentar.
Una budista que ha trabajado la
armonía... ¿se ha divorciado dos veces?
Del primero me quedé embarazada,
éramos muy jóvenes. Duró unos tres años. El segundo, un director de cine
italiano, resultó ser adicto a la heroína y a otras mujeres.
Ha sufrido usted...
Todos tenemos miedo, somos celosos, codiciosos, rabiosos...,
ignorarlo no es la solución, tenemos que ser compasivos con nuestro lado más
oscuro, comprenderlo, acompañarlo, dialogar con él como una madre.
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