Muchos padres viven con
ansiedad el silencio de los hijos; se preocupan si creen que les ocultan algo.
Pero padres y madres tampoco lo cuentan todo, tienen sus áreas de privacidad. Y
las razones de los silencios de ambos no son muy diferentes
María considera que tiene una
comunicación fluida y una relación de confianza con sus hijos, pero nunca les ha
hablado de la relación estable que mantiene desde hace siete años y que inició
después de separarse. “Es mi vida
íntima, que en nada les afecta”, asegura. Juan despide cada día
a sus hijos a la puerta del colegio como si se marchara a trabajar aunque hace
más de un año que está en paro. “No quiero que
se preocupen por un problema que ellos no pueden resolver”,
comenta. Ana alerta a su hija sobre todos los peligros que pueden acecharla
cada vez que sale por la noche, pero no le ha explicado el embarazo no deseado
que interrumpió en su juventud ni el accidente de coche que tuvo cuando volvía
de una fiesta con sus amigos en estado de embriaguez. “No
me gustaría perder autoridad moral o que cuando les regañe me digan que yo
también lo hacía”, justifica.
Como María, Juan y Ana hay muchos
padres y madres que no hablan con sus hijos de sus relaciones sexuales, de sus
problemas económicos y laborales o de sus errores de juventud. Y otros muchos
que no les relatan sus miedos, sus preocupaciones, las tensiones familiares,
sus problemas legales o los secretos de familia. Pero no existen muchos datos
al respecto. Hay múltiples investigaciones sobre la comunicación familiar, pero
suelen focalizarse en la capacidad de diálogo de las familias, en si padres e
hijos hablan a menudo y de qué, o sobre qué cuentan o no cuentan los hijos.
Porque, aunque cada chaval y cada entorno familiar es diferente, lo habitual es
abordar la comunicación familiar desde la preocupación que suscita en padres y
madres la aparición de la intimidad, los silencios o las ocultaciones a medida
que los niños crecen y entran en la adolescencia. “El
miedo excesivo de los padres, la desconfianza, ahuyentan la comunicación; el
adolescente detecta la ansiedad de los padres por saber sus cosas y si lo vive
como una intrusión se cierra, provocando más incomunicación”,
explica Jorge Tió, psicólogo clínico
y coordinador del equipo de atención al menor de la Fundació Sant Pere Claver.
Sin embargo, la reserva que muestran
la mayoría de hijos tiene que ver con la aparición de la intimidad al acercarse
o llegar a la adolescencia y difiere poco de las reservas que mantienen los
padres sobre lo que consideran su privacidad o sus secretos personales. Lo
constató Javier Urra, doctor en
Psicología y también en Ciencias de la Salud, cuando hace cinco años decidió
dar un giro a su libro ¿Qué ocultan
nuestros hijos? (La Esfera
de los Libros) y preguntar también a los padres qué no cuentan ellos. Su
investigación puso de manifiesto que un porcentaje importante de hijos dice que
no oculta nada a sus padres y que son muchos los padres y más las madres que
aseguran contar todo a sus hijos. Pero también detectó que unos y otros se reservan algunos temas
y por muy parecidas motivaciones. Los hijos callan sobre todo con
quién van, qué hacen cuando salen o las malas notas por pudor, por miedo a su
reacción o para no preocuparles, entre otras razones, y los padres eluden
conversar sobre sus problemas económicos, laborales o familiares, sobre su vida
sexual o sobre sus gamberradas de jóvenes para no preocuparles, porque
consideran que no son temas adecuados para ellos o por vergüenza.
Sinceros,
no transparentes. “Es normal, preventivo y sano que niños, adolescentes,
jóvenes y adultos oculten algunos temas, defiendan su intimidad, no se sientan
asediados, invadidos; hay que ser sinceros y no mantener secretismos y zonas
fantasmas, pero tampoco hace falta ser transparente, hay cosas que se pueden
callar para poder convivir”, justifica Urra.
Y enfatiza que las generaciones
anteriores ocultaban mucho más porque la distancia entre padres e hijos era
abismal e imperaba el respeto y el miedo al progenitor. “Nuestros antepasados se llevaron más
secretos a la tumba; antes el padre hablaba poco, el trato era de usted y se
tapaban las vergüenzas; los trapos sucios se lavaban en casa, no se preguntaba
por no molestar, existían las queridas pero nadie se daba por enterado”,
comenta. Por el contrario, considera que ahora la privacidad personal se está
perdiendo “porque
todo el mundo se desnuda emocionalmente y cuenta enseguida lo que le pasa con
los hijos o con la pareja a pesar de que hay
cosas que es mejor manejarlas a solas, y no porque sean importantes, sino
porque son íntimas, tuyas”.
Respecto a los temas que padres e
hijos no se cuentan, Urra detecta que se están produciendo cambios. “Creo que en los
últimos años los hijos silencian mucho todo lo relacionado con el uso que hacen
de las nuevas tecnologías: con quién se comunican, qué páginas ven, qué
consumos hacen…; y los padres ahora callan sobre todo los problemas económicos
acuciantes, sus relaciones fuera de la pareja y los consumos y adicciones, como
la ludopatía”, señala.
El sociólogo Javier Elzo opina que en las actuales circunstancias los padres
también dejan en zona de sombra muchos temas politicoeconómicos. “En mi
generación, las cosas que no contaban los padres eran las historias familiares
escabrosas, como las aventuras de juventud de una tía o el maltrato de algún
familiar; ahora muchos padres han de ocultar otro tipo de trapos sucios, como
los pelotazos que les han llevado de ser hijos de campesinos en un pueblo a
vivir en un gran chalé en las inmediaciones de una gran ciudad; y en el País
Vasco hace años que se ocultan temas políticos y esa sombra se irá ampliando a
medida que se produzcan excarcelaciones”, explica. Y añade que hay
dos grandes temas sobre los que muchos padres tampoco suelen hablar demasiado
con los hijos, como no lo hicieron en su día anteriores generaciones: su propia
sexualidad y los conflictos entre madres e hijas.
Urra coincide en que hay muchas
familias donde de temas de política, religión y orientación sexual no se
habla porque se sabe que existen diferentes posicionamientos y evidenciarlos
supondría un conflicto emocional que afectaría a las relaciones. “En general, lo que parece bochornoso o se sale de la
regla se tiende a callar; conozco padres que están en la cárcel y no lo
cuentan, o madres que ocultan esa realidad a los hijos y les explican que el
padre se ha ido a trabajar al extranjero para que no lo vean como un ladrón”,
comenta. Y explica que aunque padres y madres no soportan que los hijos oculten
cosas porque lo perciben como un riesgo, se preocupan y quieren supervisar sus
vidas, sí se sienten en el derecho de callar ellos las cuestiones que puedan
preocupar a sus vástagos o hacerles sufrir, o aquellas que consideran que no
tienen edad de entender adecuadamente.
Sin embargo, el psicólogo Jorge Tió advierte que los
adolescentes son muy sensibles a las actitudes para con ellos y que
una forma de reconocer sus aspectos adultos e ir construyendo una nueva
relación adulta con ellos es haciéndoles más partícipes de los asuntos de la familia.
Y explica a los padres que a veces esos silencios de su hijo que tanto les
preocupan sólo significan que no tiene nada qué decir, que todo está todavía
demasiado desordenado y mezclado en su cabeza. Otras veces, callan por
vergüenza, “por
el temor a ser ridiculizados en las incipientes capacidades de adulto o
descubiertos todavía como un niño, o por la culpa y el miedo a decepcionar o a
ser agredidos por ello”, arguye Tió.
De la
nimiedad al secreto inconfesable. A juzgar por las experiencias
que recogió Urra en su investigación, entre las privacidades que se reservan
los hijos hay de todo. Desde el joven que confiesa ocultar a sus padres que
escupe por la ventana hasta el que esconde que violó a una chica, pasando por
el que no se atreve a explicar que no está de acuerdo con el régimen de visitas
de sus padres separados, los que no cuentan a sus padres que sus amigos se ríen
de ellos, lo que se descargan de internet, su orientación sexual, que han
recurrido a la prostitución o que consumen alcohol. En el aspecto cuantitativo,
los temas que más callan las más de 2.000 chicas de entre 8 y 20 años
consultadas por Urra son las relaciones con chicos, dónde van o lo que hacen
cuando salen, si tienen novio, las peleas con los amigos y los suspensos.
En el caso de los chicos (1.946 entrevistados), los temas más silenciados son las malas
notas y las relaciones con chicas, aunque a partir de los 15 años
también callan mucho dónde van, qué hacen, si beben o sus preocupaciones.
Por lo que respecta a los padres,
aunque los temas silenciados con más frecuencia son los relacionados con la
economía familiar y los problemas familiares y de pareja, Urra apunta que
durante la elaboración del estudio le sorprendió el elevado número de padres
que calla
todo lo relacionado con gamberradas y travesuras hechas de pequeño o de
adolescente para no dar ideas y para no perder la autoridad. “Si los padres
compartieran con sus hijos los detalles de su infancia y adolescencia, las
situaciones embarazosas que vivieron y los amores no confesados, las
decepciones, las frustraciones… serían
más aceptados, comprendidos y queridos, porque sólo desde la confianza
compartida con sentido del humor y el diálogo puedes comunicarte con los
adolescentes”, asegura.
Otro capítulo amplio de zonas privadas
de los padres tiene que ver con sus miedos, dudas y preocupaciones sobre la muerte, la
enfermedad, el dolor, las amistades… Unas veces es por no
preocuparles, pero a menudo ocurre que para los padres no es fácil sincerarse
ni hablar de sentimientos con los hijos. Según el informe Comunicación y conflictos entre hijos y padres, editado por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción
(FAD), apenas la mitad de los padres dice que le resulta fácil hablar de
los problemas a sus hijos y una cuarta parte reconoce que a veces no se atreve
a perdirles lo que quiere. “Aunque la
intimidad es irrenunciable, quizá los padres, además de desvivirse por sus
hijos, deberían comentar sus sentimientos y aconteceres, abrirse más a sus
hijos desde la sinceridad, explicarles algunos sinsabores, miedos, dudas… y dar
un primer paso que facilite posteriormente el de los hijos”
hacia una relación de confianza, reflexiona Urra. Y para aquellos que temen
desmontar su imagen de referente o perder autoridad recuerda que “todos los padres defraudan a los hijos en
algo, y viceversa; es así, debe de ser así; de esta forma las nuevas
generaciones han de andar su propio camino”.
En todo caso, tanto la investigación
de Urra como la de la FAD ponen de manifiesto que, tengan o no zonas privadas,
son mayoría las familias que consideran que disfrutan de una buena comunicación
entre padres e hijos. En general, de las encuestas se deduce que son más fluidas
las conversaciones con las madres que con los padres. Dos de cada
tres jóvenes encuestados por la FAD declaraban estar muy satisfechos de cómo
hablan con su madre, pero sólo cuatro de cada diez cuando se trata del padre.
No obstante, cuando se trata de hablar de los problemas, es ligeramente
superior el porcentaje de chavales que consideran más fácil hacerlo con el
padre (41% frente a 38%). Y en la investigación de Urra había un 15% de padres
y un 10% de hijos que aseguraban no callar nada entre ellos.
LAS
RAZONES DE LOS SILENCIOS DE LOS HIJOS
“No me entienden”
Muchos adolescentes están convencidos
de que sus padres son incapaces de ponerse en su piel y no entenderían lo que
pasa por su cabeza o lo que sienten. En realidad, dicen algunos psicólogos, lo
que ocurre es que el adolescente a veces no se entiende ni él mismo y precisa sentirse
incomprendido para compararse y valorarse.
“Se enfadan”
Con frecuencia los hijos no cuentan
cosas porque piensan que serán sancionados por ello o que les impondrán
prohibiciones y les recortarán libertades. Muchos ven en el silencio una salida
para no tener que escuchar broncas ni sermones o ser sometidos a un
interrogatorio.
Algunos chavales prefieren no
compartir conductas o sentimientos con sus padres por temor a ser
ridiculizados, por pudor y falta de confianza, o porque no quieren ser juzgados
por ellos.
“No me
toman en serio”
Otra de las razones aducidas por los
adolescentes para no hablar de su vida privada es que sus padres restan importancia a sus
emociones, le responden con que no piense en tonterías o que todavía
es muy pequeño.
“Para
que no se entrometan”
Algunos hijos levantan barreras de
privacidad porque quieren hacer cosas por ellos mismos o para evitar que sus
padres se apresuren a ofrecer una solución a sus problemas, hagan críticas
precipitadas a sus decisiones, o intervengan en los conflictos o relaciones con
sus amigos.
“Son
unos indiscretos”
La falta de discreción de los padres
es otra de las razones que aducen los jóvenes para no confiarles cuestiones que
consideran íntimas o privadas. Hay padres que no dan relevancia a la intimidad
de sus hijos y comentan las confidencias que les han hecho con otros miembros
de la familia, con compañeros del trabajo, con amigos…
“Para
no preocuparles”
A veces los silencios de los hijos son
un intento de proteger a los padres de un disgusto, bien porque se sienten
culpables de haber hecho algo que no debían, bien porque los ven frágiles o
estresados. Esta es la razón aducida a menudo para no hablar sobre las nuevas
parejas de los padres separados. A veces también ocultan sus propias tristezas
o las discusiones con los amigos “para no causarles pena”.
“Para
no decepcionarles”
Hay jóvenes que no cuentan a sus
padres todos aquellos aspectos de su vida que puedan enturbiar el concepto que
tienen de ellos, la imagen de hijo idílico, responsable o decidido.
“No
tengo confianza”
Hay chicos que consideran que la
comunicación con sus padres está restringida a los grandes problemas y los
grandes discursos y no tienen confianza para hablar de lo que consideran
intrascendente.
LAS
RAZONES POR LAS QUE CALLAN LOS PADRES
“Para
no preocuparles”
El sentido de protección lleva a
muchos padres a silenciar todos aquellos problemas, deudas, enfermedades o
asuntos que consideran que pueden causar sufrimiento a los hijos.
“Es mi
intimidad”
Muchos padres no hablan a sus hijos de
la parte de su vida que no comparten con ellos o que no les atañe directamente.
Pueden ser cuestiones laborales, sentimentales, enfermedades…
“No
son temas adecuados a su edad”
Hay temas que padres y madres no
comentan con sus hijos convencidos de que no los comprenderán o porque
consideran que no son adecuados para su educación o para las convicciones
ideológicas y culturales que tratan de transmitirles. En unos casos pueden ser
problemas legales, de pareja, de trabajo, conflictos familiares…
“Para
no transmitirles inseguridad”
Hay padres que silencian sus miedos,
preocupaciones o debilidades para no transmitir inseguridad y que no tienen el
control absoluto de sus vidas.
“Por
su indiscreción”
A veces los padres callan algunas
cuestiones porque temen que los hijos hablen de ello fuera de casa y quieren
proteger su imagen o la de la familia.
“Por
temor a no ser un buen ejemplo”
Con frecuencia padres y madres callan
cosas que consideran vergonzantes, sus fracasos o sus gamberradas de juventud
por temor a no ser un buen ejemplo para sus hijos o para evitar que estos las
utilicen para justificar sus propias malas conductas.
"Para
no crear mal ambiente”
Muchos silencios relacionados con los
problemas de pareja o con conflictos familiares buscan eludir tensiones
añadidas con los hijos.
“Para
no lastrar sus relaciones”
Hay padres y madres que se callan
problemas familiares o conflictos con amigos para no influir en los
posicionamientos de los hijos.
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