¿Ser leal o no? Para ser leal a alguien o a algo uno debe ser
primero leal a sí mismo. Muchas veces creemos que la lealtad
hacia alguien o hacia algo (una idea, una creencia, una doctrina, etc.) es, a
pesar nuestro, es decir, muchas veces renunciando a nuestros principios y
valores. De esa manera creemos ser fieles a algo o a alguien que trasciende a
nuestra persona y nos demuestra nuestra firmeza, voluntad y rectitud…
Y uno no puede dar algo que no tiene. No hay bien
más preciado para dar a alguien o algo que lo que guardamos y protegemos como
un tesoro. Así,
la lealtad con uno mismo, el ser coherentes con nuestros principios y valores
es un valor -quizás el mejor y/o único- para compartir con alguien o algo más,
sobre todo si ese alguien o algo nos ayuda aún más a reforzar lo que somos y
nuestra entrega. Y eso es extensible al amor, una de las lealtades más
evidentes que podemos experimentar.
Cuando la lealtad hacia afuera se antepone a nuestra propia
lealtad y coherencia interna, esa lealtad es vulnerable y efímera, aparte de
que estamos otorgando a esa persona o idea, etc. un poder sobre nosotros,
supeditando nuestro propio ser en ello. Y de ahí a la dependencia o servilismo,
un paso. Por eso cuando una ideología o creencia (incluso religiosa) supedita a
sus fieles seguidores, se convierte en algo contrario a ellos y, en muchos
casos, los anula como personas. Ni que decir tiene que muchas organizaciones
humanas de todo tipo (partidos políticos, ideologías, sistemas, doctrinas,
etc.) viven de esa supeditación y dependencia, en aras de presuntamente
proteger el bien colectivo, a cambio de anular el personal…
Tenemos muchos ejemplos de ello. Cada
vez que perdemos el sentido verdadero y convertimos un medio en un fin en sí
mismo, estamos cediendo nuestro protagonismo en la vida a cuenta de otro
presuntamente superior. Por citar un ejemplo evidente y actual, cuando un
partido político y sus consignas obliga a sus miembros en contra de su personal
criterio y decisión, cuando una ley (aunque sea una Constitución) supedita el
interés del ciudadano o cuando una construcción -solo- humana, nos obliga a
renunciar a un derecho personal e inapelable, estamos desvirtuando el sentido
último, por ejemplo, de una democracia, que no es más que el poder del
pueblo…es decir, cada uno de nostros!
Pero el ser humano, lamentablemente,
tiende a confundir a menudo los medios con los fines. Cuando el amor supedita a
los seres que lo crean y comparten, cuando una idea anula al creador de la
idea, cuando un bien colectivo se superpone al individual, es que estamos
perdiendo la esencia de nuestra vida y nuestras acciones en ella. Y cuando se dan
esas situaciones, apelamos a la lealtad -o, mejor, a la falta de ella- para
reconducir nuestra actitud hacia… el engaño, aunque sea colectivo y,
aparentemente, conveniente.
El derecho a decidir lo que uno quiere o no en su vida, a ser lo
que uno siente que es, a actuar en consonancia a lo que uno piensa y siente,
son derechos -¿o deberes?- personales e intransferibles. Nadie debería cederlos a nadie o a nada más, aunque
supuestamente sea a cambio de algo que necesitamos y valoramos, normalmente
disfrazado de confortabilidad, seguridad o, llamémosle, lealtad…
Siempre he sido una persona leal a lo mío,
aunque esta virtud no es siempre fácil de llevar en un mundo plano, globalizado
y que se sustenta cada día más en un pensamiento único, que
lamentablemente niega la singularidad de cada uno de nosotros. Soy leal a mí
mismo y tengo la virtud de otorgar esa lealtad firme a quien -o lo que- la merece.
Dar libremente lo mejor a de uno mismo a alguien o a algo es un acto heróico,
en los tiempos que corren. Algunos le llaman carisma, aunque alguien me comentaba hace
unos días que yo era una persona carismática especial, pues creaba grandes amigos o, al reves, grandes enemigos.
Seguramente es verdad, nunca he sido un incondicional consensuador, he
preferido ser siempre yo mismo… aunque me costase -o precisamente por eso-
demasiados años llegar a serlo o mucha soledad…
Lo sé, no soy una persona siempre fácil, ni aduladora o
incondicionalmente complaciente, si eso significa dejar de ser yo… incluso ante
la -siempre posible- probabilidad de equivocarme. He tardado mucho tiempo en
llegar a ser leal a mí mismo, a pesar de los demás y del mundo que me rodea.
Incluso en mis mayores errores he sido yo y he intentado actuar desde dentro,
aunque no siempre lo haya logrado. A veces, como todos, también flaqueo y me
distrae el miedo y el mundo movido por él! Pero, cada día más, intento y actúo desde dentro y no hay juez más severo que uno mismo
y su corazón. Y, aunque eso no garantiza la eterna
firmeza ni el acierto pleno, como mínimo demuestro mi propósito de ser leal a
mí mismo -y por ende, a los demás- y la coherencia entre lo que siento y hago,
le guste a quien le guste. Quizás por eso no soy persona de alinearme a
cualquier modelo, causa o movimiento, incondicionalmente y para siempre. Mi
necesidad de ser coherente en todo momento me hace ser quizás demasiado
exigente conmigo mismo, intentando ser flexible con los otros y, a la vez,
firme por lealtad, aunque eso muchas veces despierte un cierto recelo o miedo
en los demás.
Cuando uno es lo que en realidad es y
siente… y, cuando tiene el valor de manifiestarlo y compartirlo con alguien o
algo más, está siendo verdaderamente leal!
¿Cuál es la diferencia entre lealtad y fidelidad?
ResponElimina