1.-
Darte cuenta del dolor, de la aflicción o del desasosiego que sufres y cuál es
el motivo; de dónde sale, en verdad, ese sufrimiento. Si te
sientes molesto, darte cuenta en seguida de ello, y de dónde nace este
malestar. (Si dices que estás molesto
porque alguien se ha portado mal contigo, no se puede entender que tú te
castigues porque otro se comporta mal. Tiene que haber otro motivo más personal
escondido. Obsérvalo).
2.-
Darte cuenta de que el sufrimiento o las molestias se deben a tu reacción ante un
hecho o una situación concreta y no a la realidad de lo que está ocurriendo. (Si vas a ir al campo y llueve, el enfado no
está en la lluvia —que es la realidad —, sino en tu reacción porque se han
contrariado tus planes).
Solemos
echar la culpa a la realidad y no nos queremos dar cuenta de que son nuestras reacciones
programadas las que nos contrarían. Tenemos unos hábitos inculcados,
como automatismo, que funcionan como una maquinita automática: A tal pregunta,
tal respuesta. A tal contrariedad, tal reacción. Y funcionamos como
robots. La cultura nos inculca unas leyes rígidas, cuya única razón es «que así se ha
hecho siempre». Y con esta razón tan endeble somos capaces de
matarnos por defender: «honor», «patria», «bandera», «raza», «familia», «buenas
costumbres», «orden», «ideales», «buena fama» y muchas más palabras
que no
encierran más que ideas, sin sentido real que nos han inculcado como «cultura».
Y lo mismo ocurre con las ideas religiosas.
Lo importante
es ser, y no el figurar. La verdad es que estamos tan esa
«cultura» — casi parece un milagro, y más si pretendemos reaccionar sin
disgusto. Hay que despertarse antes para comprender que, lo que te hace sufrir, no es la vida, sino
tus alucinaciones, y cuando consigues despertar y apartas los
sueños, te encuentras cara a cara con tu libertad y con la verdad gozosa.
Lo
cierto es que el dolor existe porque rechazamos que lo único substancial es el
amor, la felicidad, el gozo. Cuando no somos capaces de encontrar
el camino despejado, para ese amor-felicidad que somos, nos topamos con el
dolor, que no es nada concreto ni substancial por sí mismo, sino la ausencia de
la percepción del amor-felicidad. Como la oscuridad no existe, sino que es una consecuencia
de la menor percepción de la luz.
La
vida es, en sí, un puro gozo y tú eres amor-felicidad como substancia y
potencial a desarrollar. Sólo los obstáculos de la mente te impiden disfrutarlo
plenamente. Son las resistencias que ponen tu programación lo que te
impide ser feliz. De no tropezar con tu resistencia, ¿Dónde estaría el dolor?.
Habría
una armonía en ti, igual a la que existe en la naturaleza. Más aún, pues tú
eres rey de esa naturaleza y dotado de una sensibilidad para captar la bondad,
la felicidad y la belleza, que te hace creativo y capaz, ya no sólo de ser
feliz, sino de dar amor-felicidad a manos llenas.
Con
sólo observar todo esto ya es dar un paso para tu despertar. Todo
depende de tu reacción y ésta depende de tu programación y si eres capaz de
observar esto y comprenderlo, ya tendrías bastante.
Anthony
de Mello
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