La amabilidad se encuentra en peligro
de extinción. Y posiblemente nunca haya existido una decadencia más inmerecida.
En nuestro afán por aprovechar el tiempo, lograr nuestros objetivos, cumplir
con todo lo que se espera de nosotros y atender nuestras muchas obligaciones,
dejamos a un lado todo lo que no consideramos ‘esencial’. Acortamos las
cortesías y vamos directos al grano. A menudo nos encerramos tanto en nuestro
mundo que no ‘vemos’ a las personas con las que nos cruzamos o con las que
conversamos. Sólo somos capaces de ver lo que necesitamos de ellas. Y si no
tienen algo que sea de nuestro interés, ni siquiera les dedicamos un segundo
vistazo. En
este escenario, no resulta extraño que, por lo general, la amabilidad haya
caído en desuso.
No en vano, la amabilidad requiere
tiempo y consume atención. La urgencia y el egocentrismo nos hacen priorizar
otras cosas, que consideramos “más importantes”. Pero en el camino perdemos
algo muy valioso, y mucho más trascendente: la auténtica conexión con otro ser humano.
La amabilidad es el vehículo que lo hace posible. Tal vez sea un vehículo
antiguo, pero no por ello deja de resultar útil. Y en la cultura de la
inmediatez en la que vivimos, resulta más necesario que nunca. Eso sí, la auténtica
amabilidad va más allá de la pose y el decoro, de la norma social y la
educación convencional. No se trata de fórmulas de cortesía
recitadas como una poesía, poniendo más énfasis en la forma que en el
contenido. Eso forma parte de nuestro personaje social.
La amabilidad genuina nos recuerda la
importancia de ir más allá de nosotros mismos, y nos enseña a mostrar interés real
por otras personas. No se trata de un mero intercambio de
información: las palabras amables están cuajadas de afecto. Son una muestra
de aprecio, estima, simpatía y respeto. Una serie de cualidades que
nunca sobra cultivar. Además, esta conjunción de empatía, comprensión y
generosidad nos permite abrir tanto la mente como el corazón. Y nos brinda la
oportunidad de hacer pequeños gestos que pueden marcar grandes diferencias. Tal
vez sea el momento de verificar cuán amables nos mostramos en nuestro día a
día.
Evolución
en acción
“La amabilidad es una
almohadilla que amortigua los embates de la vida”, Arthur Schopenhauer
Para algunos, ser amable a veces suele
interpretarse como una transacción tediosa, un signo de sumisión o incluso de
debilidad. Hay quienes lo consideran innecesario, y también quienes reducen la
amabilidad a las interacciones con las personas que conocen poco, y la olvidan
por completo cuando están con las personas de su círculo más cercano. Pero la
realidad es que la
amabilidad requiere de un profundo compromiso y comprensión de la naturaleza
humana. La evidencia sostiene que se trata de un comportamiento
adaptativo, que ha resultado fundamental para construir el mundo en el que
vivimos hoy. Es una respuesta integrada en nuestro código genético como
resultado del proceso evolutivo.
En una época en la que los recursos
eran escasos y las condiciones de vida resultaban a menudo extremas, la mejor
opción para ver un nuevo día era la cooperación con otros seres humanos. Lo
cierto es que cuanto más poderosos eran los vínculos entre varias personas o
grupos, mayores eran las posibilidades de asegurar su supervivencia. Mejoraba
las oportunidades de cazar, de protegerse de los depredadores y de construir
refugios. Y
la empatía jugaba un papel protagonista en ese escenario, pues fomentaba y
fortalecía esos vínculos. El pasar de los años refinó nuestra manera
de interactuar y de exteriorizar nuestras emociones y pensamientos, y
aprendimos a expresar esa empatía a través de la amabilidad. Es lo que explica
por qué a día de hoy nuestro instinto nos lleva a saltar inmediatamente de
nuestra silla para ayudar cuando alguien se cae al suelo o nos paramos a echar
una mano cuando presenciamos un choque en la carretera. La evolución incluyó el
‘gen amable’
en nuestra especie hace miles de años. Somos seres sociales, y este instinto
nos ayuda a desarrollar esa dimensión necesaria en nuestra vida. Nuestros
ancestros aprendieron esa valiosa lección a conciencia, era una necesidad.
Eso es algo que al parecer hemos olvidado… Pero nunca es tarde para recordar.
La amabilidad afecta a las relaciones
del mismo modo que una dosis de suavizante en la colada. Hace las cosas fáciles, incluso
las palabras fluyen con menos esfuerzo. Además, mejora el estado de ánimo de
quien la ofrece y de quien la recibe. Es capaz de convertir un ambiente hostil en uno
armonioso. Agrieta las corazas más impenetrables y aligera las
situaciones más complicadas. Eso sucede porque reduce la distancia
emocional entre dos personas y nos hace sentir más vinculados al otro. Cuando
somos amables los unos con los otros sentimos una conexión que mejora y
profundiza las relaciones nuevas y refuerza las que ya tenemos. Por si fuera
poco, es una de las pocas cosas que podemos poner en práctica cada día sin
tener que estar pendientes de posibles contraindicaciones ni efectos
secundarios adversos. Nunca resta, sólo suma.
Sin embargo, a pesar de la multitud de
beneficios que nos aporta, no siempre es fácil ser amables. No en vano, la
amabilidad podría definirse como la capacidad de amar a los demás en todo momento y frente
a cualquier situación, lo que supone grandes dosis de comprensión,
consciencia y sabiduría. Posiblemente no seamos Ghandi, pero sí tenemos la capacidad de dejar de mirar hacia otro
lado. Específicamente, a nuestra zona abdominal, y más concretamente, a nuestro
ombligo. A menudo, tenemos nuestra atención tan centrada en nuestra propia vida
que nos olvidamos de todo lo demás. La amabilidad nos brinda la oportunidad de
ampliar nuestro marco de visión. Nos cruzamos con muchas personas cada día. El
panadero, el camarero del bar donde siempre tomamos café, la dependienta de la
carnicería, los vecinos de enfrente… Una simple sonrisa, una mirada directa, un por favor, un
gracias, un ¿cómo va todo? Resulta suficiente para animar y conectar con la
otra persona.
Eso sin olvidarnos de quienes están
más cerca de nosotros. Lamentablemente, a veces la convivencia va en detrimento
de nuestra amabilidad. Damos las cosas por sentadas, y no cuidamos las palabras
ni la manera en la que pedimos las cosas. En muchas ocasiones, más bien
exigimos. Pero esta actitud pocas veces nos acerca a los resultados que
esperamos obtener. De ahí la importancia de recuperar una herramienta tan
valiosa. Ponerla
en práctica con nuestra pareja, nuestros padres y nuestros hijos contribuye a
sanar las heridas emocionales y a construir –o reconstruir- una conexión
profunda basada en el respeto, la atención plena y el auténtico
interés y afecto por el otro.
Contagio
inmediato
“Con palabras agradables
y un poco de amabilidad se puede arrastrar a un elefante de un cabello”,
Proverbio Persa
A menudo, miramos el mundo en el que
vivimos, retratado con crudeza en cualquier periódico o telediario, y nos
invade una profunda sensación de malestar e incomodidad. Crisis, conflicto,
problemas de todo tamaño, forma y color… y aunque nuestro idealista interior
nos dice que podemos hacer algo para cambiar el desarrollo de los
acontecimientos, solemos acallarlo con el argumento de que ‘no está en nuestras manos’. Si
bien es cierto que no tenemos una varita mágica con la que transformar la
realidad de un día para otro, sí tenemos la capacidad de marcar pequeñas diferencias,
especialmente en el plano emocional. Nuestra vida afecta directa e
indirectamente la vida de quienes nos rodean, influyendo en ellos por medio de
nuestras decisiones, conductas y actitudes. En última instancia depende de nosotros
contribuir a construir un mundo más amable.
Con un par de pequeños gestos podemos
cambiar el día a una persona. Incluso, sin saberlo, a más de una. No en vano, la amabilidad
es contagiosa. Cuando somos amables inspiramos a otros a actuar del
mismo modo. Al igual que lanzar una piedra a un estanque genera ondas por toda
la superficie, la amabilidad provoca una reacción en cadena de la misma
magnitud. Tan sólo tenemos que preguntarnos: ¿Cómo nos
sentimos cuando alguien es amable con nosotros? Lo cierto es que
esos pequeños gestos afectan positivamente a nuestro estado de ánimo, y nos
impulsan a ‘devolver’
esa amabilidad con otras personas. Lo único que necesitamos para
iniciar esta ‘revolución amable’ es dejar de ser meros espectadores de la
película de nuestra vida y comenzar a actuar. ¿A qué estamos esperando para expandir la
‘epidemia de la amabilidad’?
En
clave de coaching
- ¿Qué actividades nos ayudan a cargarnos de energía en nuestro día a día?
- ¿De qué manera las podemos poner en práctica en forma de amabilidad?
- ¿Cómo afectaría a nuestras relaciones?
Libro
recomendado
‘El
arte de vivir en el nuevo milenio’, del Dalai Lama (De Bolsillo)
Estoy totalmente de acuerdo en la pérdida de la amabilidad. Diría que incluso algunos casos de empatia son falsos. La amabilidad brilla por su ausencia en cualquier acto cotidiano. ´
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