Reproduzco un breve fragmento de “Un
Corazón lleno de Estrellas”, que escribí junto con mi querido amigo Francesc
Miralles. Dice así:
La voz calmada del anfitrión sacó al
chico de sus pensamientos.
―¿Y a
qué debo el placer de tu visita?
―Va a
parecerle algo extraño ―improvisó Michel―, pero me han encargado buscar las nueve
clases de amor y… he pensado que tal vez usted pueda ayudarme.
Antoine removió su taza con la
cucharita mientras pensaba en voz alta:
―Nueve
clases… ¿Cuántas tienes ya?
―El amor
romántico ―contestó algo avergonzado.
El anfitrión asintió en silencio y
entornó los ojos, como si tratara de recuperar algún recuerdo olvidado.
Finalmente dijo:
―Lo
romántico es el principio. Todos nos enamoramos alguna vez. Algunos más veces
incluso. Ahora, pasar a la segunda fase requiere cierto grado de maestría
―añadió guiñándole el ojo.
―¿Cuál
es la segunda fase?
―El amor de
larga duración. Es más valioso aún que el romántico, porque ha
pasado la prueba del tiempo. Yo soy un ejemplo de ello. Hace 21 años y tres
meses que Camille no está con nosotros, pero sigo haciendo las cosas como a
ella le gustaba que fueran.
Michel sonrió hacia sus adentros: al
decir eso, Antoine acababa de perder un pedazo de su ropa.
―Me
gusta mantener vivas las cosas que le daban vida ―siguió
hablando el anfitrión, sin ninguna tristeza―. A fin de cuentas, somos las cosas que amamos. Morimos el día que nadie
piensa en nosotros.
El joven visitante recordó con una
mezcla de felicidad y dolor la imagen de Eri en la cama. No había dejado de
pensar en ella una sola hora desde que había quedado atrapada en aquel sueño
eterno.
Antoine apuró la taza de café antes de
levantarse a echar medio leño al fuego. Luego declaró:
―El amor
verdadero es esto.
―¿Qué
quiere decir?
―El
amor es echar siempre un tronco al fuego. Solo así se mantiene encendida la
llama. Suena obvio, pero demasiada gente lo olvida. Por eso se llevan mal
tantas parejas. Si quieres amar de verdad, recuerda esto, chico: aunque estés
cansado, tendrás que ir a buscar un leño para alimentar el fuego. Si
no lo haces, por la mañana solo encontrarás las cenizas de lo que había sido tu
amor.
Michel asintió en silencio.
―Por
cierto ―añadió el contable―. Si
vienes el viernes, te cortaré una rosa que está creciendo en el jardín. He
sabido lo de esta niña…
―Eri
―suspiró el pequeño.
―Le
llevarás la primera rosa del año. ¿Quién ha dicho que los que duermen no pueden
oler las rosas?
Sí, quizás el amor más que un sentir
es un cuidar de manera constante, un corresponder, un delicado juego de
equilibrios que implica consciencia para valorar lo que recibimos del otro y
también lo que el otro es, y que la otra parte sienta y reconozca esa
correspondencia. Cada día uno debe poner su leño en el hogar. Así, desde ese
reconocimiento mutuo surgen el equilibrio, el respeto, la admiración, la
gratitud; la llama se mantiene viva y regalando calor.
Amar, sin duda, es no solo querer lo
mejor para el otro, sino también contribuir a que eso suceda. Y eso no es solo
aplicable al universo de nuestras parejas, también de nuestras amistades,
también de las personas a las que apreciamos en el ejercicio de nuestro
trabajo.
La falta de consciencia, la pereza y
la inercia son malas compañías en este proceso. Llevan a no poner ese tronco en
el hogar y, necesariamente, la llama del afecto se va apagando hasta
desaparecer.
Por eso pienso que el amor es un
trabajo que requiere perseverancia, un proceso que necesita alimentarse con
el afecto de las partes que lo construyen para seguir vivo en el
tiempo, un darse cuenta del valor de lo dado, y de lo recibido; un delicado
equilibrio.
Besos y abrazos,
Álex
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